La ciudad de los 15 minutos: ¿Bluff aceleracionista o el futuro de las ciudades?

Quiero empezar por hacer una distinción entre el programa de la ciudad de los 15 minutos (C15M) y el libro editado por Más Madrid.

Desconozco qué razones han llevado a Más Madrid a hacer suyo el programa de la C15M. Pero lo cierto es que nada de lo que se dice en este libro necesita, en realidad, del marco teórico de la C15M. Nada.

De hecho, hasta cierto punto, las propuestas que contiene el libro son antitéticas al marco teórico de la C15M. Poner en el centro el “tiempo”, como hace la filosofía del cronourbanismo de la C15M, no sólo no es equiparable a poner en el centro la vida, lo colectivo o lo común, sino que la historia entera del urbanismo desde el siglo XIX nos ha enseñado que la “gestión del tiempo”—su racionalidad calculadora, sus logísticas de la optimización, su infraestructura epistemológica—subyace y alimenta el aceleracionismo desarrollista que nos ha traído hasta aquí. Pocas cosas más contrarias al derecho a la ciudad que esta obsesión por el tiempo como vector y recurso de la planificación urbana.

Por eso, en mi intervención me gustaría centrarme en la teoría de la C15M.  Porque trae al frente una serie de tensiones sobre cuya conceptualización depende, efectivamente, el futuro de nuestras ciudades: conceptos como proximidad, densidad o cohesión, que juegan un papel central en la C15M, pero que lo hacen desde presupuesto equivocados, por no decir perversos.

Así que con vuestro permiso me gustaría empezar por situar un poco la idea de la C15M: de dónde viene, con qué tradiciones dialoga, a qué intereses responde, etc.

De partida, creo que no está de más decir que Carlos Moreno, la persona detrás de la idea, es especialista en robótica y tecnología industrial, y que su primer acercamiento al mundo de la ciudad, allá por 2006, es en el contexto de la aplicación de la robótica y sistemas electrónicos de vigilancia al mundo urbano, lo que durante muchos años (y todavía hoy) se conoce como el “urbanismo smart”, las smart cities.

El concepto de la C15M coge vuelo en 2020 cuando Anne Hidalgo lo usa como eslogan de la campaña política para su reelección como alcaldesa de Paris.

Hasta ese momento la idea carecía de la más mínima fundamentación conceptual o académica. Había circulado más que nada en textos muy breves o entrevistas que le hacen a Moreno en revistas de negocios.

De hecho, si no me equivoco, el primer artículo propiamente académico que escribe Moreno con su equipo—el artículo que hoy ya sí cita todo el mundo—no es publicado hasta 2021 en una revista cuyo nombre lo dice todo: Smart Cities.

Así que lo que voy a hacer es detenerme en este artículo pues es el texto más completo que tenemos donde se desarrolla la idea de la C15M. De hecho, es más completo que el libro que acaba de ser traducido y publicado por Alianza Editorial, sobre el que podemos hablar luego si a alguien le interesa, pero que salvo por un brevísimo capítulo, apenas fundamenta tampoco esta idea de los 15 minutos.

Bien, entonces permitidme entrar la artículo, que lleva por título “Introducing the “15-minute city”: Sustainability, Resilience and Place Identity in Future Post-Pandemic Cities”.

El artículo presenta la ciudad de los 15 minutos como alternativa a la planificación urbana en un mundo post-COVID. El COVID nos muestra la vulnerabilidad de nuestras ciudades y la ciudad de los 15 minutos, argumentan los autores, nos ofrece una alternativa.

¿Qué pasó durante la COVID que nos exige replantearnos la condición urbana hoy? ¿Qué ciudad asomó entonces? Vimos, dicen Moreno y su equipo, la aparición de “innovadoras infraestructuras urbanas temporales”. El ejemplo que dan, el único ejemplo (ver figura 1) es una apuesta masiva por el transporte en bicicletas en Beijing y Nueva York, para evitar el uso del transporte público, acompañado, por ejemplo, de la declaración de los talleres de reparación de bicicletas en Copenhague como servicios esenciales o la puesta en marcha de dos nuevos carriles bici en Berlín.

Esta obsesión por la bicicleta es fascinante. Pero no es casual.

Figura 1. Servicios temporales urbanos durante la COVID (Moreno et al, 2021, p. 96

En este punto aparece por primera vez uno de los vectores centrales del artículo, del programa entero de la C15M, que es la “digitalización”. La explosión en el uso de la bicicleta, dicen los autores, abre una ventana oportunidad al desarrollo de tecnologías digitales para la gestión de servicios de bicicleta compartidas.

La digitalización permite unificar los tiempos y espacios de uso de servicios y funciones de la ciudad, “densificando” nuestra relación con la ciudad en determinados momentos de disfrute y experiencia.

Esta idea es absolutamente central y está en el corazón mismo de la propuesta. La gestión del tiempo, su capitalización como recurso, organiza la filosofía entera del programa de la ciudad de los 15 minutos, y de hecho forma parte del engranaje de la epistemología del “cronourbanismo”, a la que ya me he referido antes.

Todo el programa del cronourbanismo gira en torno a la fantasía de que una mejor gestión del tiempo nos va a permitir disfrutar más de la ciudad, cohesionar más y mejor las relaciones y los tramas de nuestra vida en comunidad.

Y que la receta para conseguir ese acoplamiento mágico entre espacios, comunidades y tiempo son las tecnologías digitales y smart, y especialmente la llegada del Internet de las Cosas:

The”15-Minute City” concept, further expounded on in Section 5 below, aligns with the tenet of “chrono-urbanism” and advocates for increased proximity, social interaction captured by the “density” dimension, digitalisation and diversity pillars which in essence would lead to more closely knitted community fabrics. This would by a larger margin be facilitated by the increased technological advancements that have led to the emergence of such novel urban planning models like the Smart City concept, which is based on the success of digital revolution. On this, the underlying principle of Smart City concept is the deployment of diverse technologies to optimize different urban fabrics. Numerous authors champion this concept as a novel model that can assist cities to achieve sustainability and improved liveability status for an increased quality of life for their residents.

The achievement of Smart City concept in the current epoch is tied to availability of a rich interconnected array of Internet of Things (IoT) devices that have the capacity to collect, and send data to a centralized network, where this data is then computed, analyzed and distributed, in real-time to respective urban department for actions. The availability of IoT devices, which Alam [49] note will be in excess of over 75 billion devices by 2025, coupled with technologies such as Artificial intelligence (AI), Big Data, Machine Learning and Crowd Computing and others is expected to actualize the proposed 15-Minute City concept. (Moreno et al, 2021, p. 98)

For instance, with technology such as AI, IoT and Big Data, technologies such as bike sharing [51], online shopping [52], car sharing [53], and drone delivery services (currently being tested by Amazon [54]), amongst others, are on the rise in different cities. Such services are geared to ensure that people are safe and on time by eliminating the need to travel to purchase different items (Moreno et al, 2021, p. 99)

No menos importante, esta oportunidad que nos brindan las tecnologías digitales de densificar y cohesionar el espacio-tiempo y dotarlo de vitalidad comunitaria, dicen los autores, es muy posible que permita intensificar las identidades de los lugares, de las plazas, los barrios o los parques donde hacemos vida en común, y de este modo que permita explotar la “marca” ciudad o el “branding” de estos lugares, atrayendo el turismo y, en palabras textuales, “capitalizando los resultados de la resiliencia”:

in the future with the emergence of 6G mobile connectivity technology and have become critical tool in generating massive amounts of data, which when processed and analyzed have enabled cities to improve on areas like branding through place identity… The advantage of this practice is that cities are able to draw not only tourism traffic, but also local ones, which ultimately help improve their economic status through increased job opportunity and increased revenue flow, while capitalizing on resiliency outcomes (Moreno et al, 2021, p. 99)

modern technologies have become accessible and practical, especially due to availability of wearables (including those gathering biodata) and urban sensors and data collection techniques that not only allow people to keep tab of their health, but also provide large datasets that could be used to improve the liveability of the area. (Moreno et al., 2021, p. 100)

Pocas expresiones más nítidas y mesiánicas del urbanismo smart que esta. Estamos ante un urbanismo computacional y de datos de libro, donde se aboga por el uso de tecnologías blockchain, sensores urbanos y sistemas de computación de big data (incluidos biodatos) para “optimizar la densidad” de la trama de recursos, relaciones y experiencias que conforman la vida en la ciudad. Dígase de paso que nada se dice sobre la propiedad intelectual de esos datos: dónde se alojan, quién ostenta sus derechos de explotación, para qué usos y con qué criterios, etc.

Y es a esta altura del argumento donde nos encontramos a los autores declarar, ya sin ambages, que la “digitalización”, y estoy citando, “alinea el concepto de la ciudad de los 15 minutos con el concepto de la Ciudad Smart, del cual deriva, en parte, su inspiración” (Moreno et al, 2021, p. 104).

Hasta aquí el programa de la ciudad de los 15 minutos según sus fuentes.

¿Qué podemos decir sobre él?

1. Yo empezaría cuestionando que esto sea urbanismo. Hay una visión romántica de cómo sería una ciudad mejor, más verde y azul, que optimiza el uso de la tecnología para alcanzar  mayor calidad de vida, una vida en comunidad más rica. Una imagen con la que evidentemente es difícil no estar de acuerdo.

Pero por otro lado la “ciudad” que se invoca es una ciudad genérica a la que se le aplica un análisis igual de genérico de sus males. Se habla en abstracto sobre “desigualdad” o  “cambio climático” pero apenas hay referencias a los procesos de acumulación, financiarización, gentrificación, dataficación, precarización laboral, consumo energético o expulsión poblacional que alimentan y osifican esas mismas dinámicas de desigualdad.

Por eso que quizás sea marketing de ciudades o quizás prospectiva tecnológica aplicada a la explotación de servicios urbanos. Pero yo titubearía a la hora de describirlo como “urbanismo”.

2. Mi segunda observación está relacionada con el “cronourbanismo”. Esta manera de entender el tiempo como un recurso preñado de costes de oportunidad se soporta sobre una epistemología muy cuestionable, donde la ciudad aparece ya de antemano como un lienzo capitalista donde gestionar no es otra cosa que “optimizar” ecuaciones entre recursos económicos.

De hecho, precisamente porque la C15M no ofrece otra cosa que un modelo de gestión del tiempo, el Ayuntamiento de Madrid salió todo ufano a decir que el 99,8% de los madrileños ya vivían “bajo la teoría de la ciudad de los 15 minutos”.

Pero es que incluso aproximaciones mucho más sofisticadas a la C15M, como la que llevaron a cabo desde el Grupo de Investigación en Arquitectura, Urbanismo y Sostenibilidad de la ETSAM, cruzando los datos de densidad del padrón con los parámetros dotacionales para una ciudad sostenible que Agustín Hernández Aja, Julio Alguacil et al analizaron en 1997 en el libro La ciudad de los ciudadanos; incluso estos análisis al final sólo nos ofrecen fotos sincrónicas de qué hay en un barrio, no de lo que pasa en él, que apenas arañan la superficies de las desigualdades que atraviesan la ciudad.

No sé si alguno se acordará de la geografía temporal de Torsten Hägerstrand, geógrafo sueco quien en los 1960-70s dedicó una parte de su vida a pensar la ciudad como una suerte de ecosistema de “gusanos” espacio-temporales que se atraviesan, cruzan y solapan unos con otros, orillando, decantando así hábitos, esperas, costumbres, modos de hacer y de habitar la ciudad. El tiempo en esta epistemología es un efecto, no un recurso, y nos obliga a hacernos cargo de las estructuras de fondo, las desigualdades socio-económicas, de género, de raza, etc., que reticulan la ciudad de una manera u otra.

3. Por último quiero detenerme en el escenario post-COVID que da pie al lanzamiento del proyecto de la ciudad de los 15 minutos.

La ciudad se plantea siempre como un ente abstracto, un espacio que necesita ser gobernado y gestionado, siempre en singular: se habla de las desigualdades socio-económicas de las ciudades, de desequilibrios territoriales, pero la inteligencia de gestión se da siempre por arriba, desde un nivel urbano total. De hecho, de interpelar a alguien en concreto, creo que es justo decir que el texto interpela a empresas de tecnología y administraciones públicas, y las interpela a trabajar por la digitalización de la ciudad.

Es más, cuando aparecen los ciudadanos, aparecemos siempre como individuos, bien como usuarios de bicicletas, bien como conductores de coches. Incluso de alguna manera podríamos decir que esos dos vehículos, la bici y el coche, organizan todo el paradigma de transformación de la C15M.

Decía que me llamaba la atención que todo esto cogiera carrerilla tras la COVID porque si algo nos ha enseñado la pandemia ha sido el extraordinario papel de las logísticas e infraestructuras comunitarias durante lo peor del confinamiento: redes de apoyo mutuo, redes de recados, redes de derivaciones, despensas solidarias, centros sociales, asociaciones de comerciantes, de vecinos, comunidades de cuidados, centralitas telefónicas de asistencial vecinal, etc. Pero nada de esto aparece en el relato de Moreno. En La revolución de la proximidad Moreno se apoya a menudo en Las ciudades invisibles de Italo Calvino. Pero para ciudades invisibles todo el entramado comunitario del urbanismo COVID que pasa totalmente desapercibido a sus ojos.

De hecho, hay dos pasajes en el libro de Más Madrid que me parecen iluminadores en este sentido:

En el capítulo de Nerea Morán Alonso sobre la necesidad de repensar el urbanismo alimentario hay un momento en el que desarrolla la idea de los “centros comunitarios para la alimentación” (siguiendo el ejemplo de los Community Food Centres en Canadá), se dice lo siguiente:

En estos centros comunitarios se pondría a disposición del vecindario unas instalaciones que permitan cocinar y comer colectivamente, visibilizando y compartiendo un trabajo reproductivo que usualmente se realiza en la esfera privada. De esta forma se pueden reforzar los lazos sociales y liberar presión de muchos hogares para los que es un problema contar con el tiempo, el espacio o el dinero que hacen falta para cocinar. (p. 93-94, énfasis añadido)

Fijaos bien que esa apuesta por la liberación de presión no se refiere directamente a la liberación de un recurso, el “tiempo”, cuya disponibilidad nos va a permitir organizarnos de otra manera. Se refiere, por el contrario, a una puesta en escena de una nueva manera de estar juntos. Lo que se libera aquí no es tiempo sino comunidad.

Y ese es para mí el quid de la cuestión: ¿qué clase de comunidades tejen una ciudad en el siglo XXI? No qué hacemos con el tiempo, pregunta cuya imaginación pertenece a una epistemología racionalista y posesivo-individualista, sino qué clase de complicidades y complejidades traman la ciudad hoy.

El segundo pasaje lo encontramos en el capítulo de Nacho Murgui y apunta al mismo tipo de inquietud. Todo el capítulo está dedicado a pensar qué clase de comunidad pueda ser un barrio, qué forma de gobernanza es necesaria para pensar la escala barrio, teniendo en cuenta que la escala territorial administrativa más pequeña que tenemos son las Juntas de Distrito, y que éstas apenas tienen competencias. En este contexto, Murgui dice lo siguiente:

La ciudad de los 15 minutos no puede construirse sobre la base de una estructura municipal diseñada como una herramienta para el despliegue de unos planes generales concebidos para la mercantilización del suelo y el desarrollo de proyectos faraónicos concebidos de espaldas a la ciudadanía. Un gobierno municipal que quiera avanzar hacia la ciudad de los 15 minutos deberá construir una estructura de poder local acorde con esa finalidad venciendo la inercia contraria de décadas de centralismo y burocratismo.” (p. 179, énfasis añadido)

No se puede decir más claro: la C15M es una ficción cronoutópica si no nos anclamos primero en el territorio. El tiempo es un recurso teleológico y desarrollista, que nos empuja siempre a imaginarnos mejores, más guapos, más simpáticos, capaces de llegar antes a los sitios, pero no de estar más cerca.

Ese estar cerca no se mide por el tiempo que tardamos en llegar, sino por el vínculo social que establecemos. Una y otra vez nos olvidamos de los peligros aceleracionistas de pensar el tiempo como rendimiento socio-económico.

Por eso, para mi, la C15M es un bluff, un engaño aceleracionista. Porque si lo que nos interesa es la proximidad, la densidad o la cohesión ecoterritorial, entonces la pregunta debe ser siempre por los bienes públicos e infraestructuras colectivas que ensayan nuestra cercanía como sociedad, no nuestras capacidades de llegar antes a los sitios.

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