Buenas prácticas en ediciones académicas

Modelo de Buenas Prácticas para una Política de Recepción y Revisión de Manuscritos

Visto que no todas las editoriales que publican trabajos académicos en ciencias sociales y humanidades en España e Iberoamérica tienen un portal de información para autores, he creído oportuno esbozar un posible protocolo para estos asuntos.

Antes de ponerme a ello me permito dirigir vuestra atención al portal de ‘Recursos para Autores’ que ha desarrollado Harvard University Press y que es un ejemplo excelente de buenas prácticas editoriales:

http://www.hup.harvard.edu/resources/authors/

1. La Puerta de Entrada a la Editorial

Sería conveniente que la editorial nombrara a cada uno de los responsables de una línea editorial. Estas personas serían el primer punto de contacto para un posible autor. La información a publicar de la persona de contacto incluiría entonces su nombre, email y la dirección postal para el envío de manuscritos.

Muchas editoriales especifican también qué tipos de trabajo se suelen publicar en unas líneas editoriales y otras. A lo mejor una editorial con una línea de ‘Antropología’, por ejemplo, no tiene ni experiencia ni un catálogo propiamente dicho en temas de ‘antropología cognitiva’. Si es posible afinar en los temas ello quizás ahorre futuros desencuentros entre autores y editores.

2. Propuestas

En primera instancia, un autor no debería hacer llegar sus manuscritos a una editorial. La editorial debe ser capaz de evaluar la originalidad, coherencia y pertinencia de un libro a partir de una propuesta. Es importante, por tanto, dejar claro que no se reciben manuscritos no solicitados, y que la primera evaluación del interés editorial en un libro se llevará a cabo sobre una propuesta.

Convendría también dejar claro quién o quiénes hacen esa primera evaluación: si el editor, un consejo editorial, o acaso expertos externos a quienes se les hace llegar la propuesta.

Suele ser de gran valor y ayuda para un autor si la editorial orienta sobre las cuestiones que va a plantearse a la hora de evaluar una propuesta. Algunas editoriales facilitan un modelo estándar para la redacción de una propuesta, que incluye ítems como:

a. Breve descripción del libro para un público no especializado (300-400 palabras).

b. Introducción al libro: una breve descripción de su temática, de la literatura con la que conversa, de su argumento y objetivos. ¿Qué es lo que viene a hacer el libro: da cuenta y reflexiona sobre fuentes documentales hasta ahora desconocidas, sobre nuevas evidencias empíricas producto de trabajo experimental o etnográfico, de la emergencia de nuevos movimientos sociales, etc.?

c. Razón de ser del libro: ¿qué lo motiva, qué problemas aborda, cómo los aborda (fuentes, metodología, aproximaciones teóricas)?

d. Contexto académico:  ¿qué relaciones o diálogos establece el libro con la literatura correspondiente (autores, tradiciones)? ¿Se trata acaso del primer libro sobre el tema? Y si no es así, ¿qué hace que este libro sea distinto de otros?

e. Índice del libro, con una breve descripción del contenido de cada uno de los capítulos.

f. Público: ¿quiénes serían los posibles lectores: especialistas, estudiantes universitarios (de grado o posgrado), un público no especializado? Si se trata de un libro especializado, ¿a qué disciplinas interpela? Por ejemplo, ¿en qué tipo de cursos podría llegar a recomendarse su lectura?

g. Extensión y fecha de entrega: ¿qué extensión se prevé que tenga el libro; cuándo se espera tener listo el manuscrito para su entrega final?

h. Copyright: ¿es el autor del libro el propietario de todos los derechos de reproducción; se reproduce material (ilustraciones, gráficos, mapas) que pueda requerir la liberación previa de derechos; alguna parte del libro ha sido publicada con anterioridad (por ejemplo, un capítulo que ya ha aparecido como artículo en una revista especializada)?

i. Autor /editor: breve nota biográfica sobre el autor o editor del libro, su experiencia o trayectoria profesional, obra previa.

La extensión de una propuesta por supuesto va a variar. Pero no es infrecuente que las editoriales recomienden a los autores que las propuestas no excedan cierto número de páginas (generalmente, entre 8-10 páginas).

La editorial debería hacer constar en qué plazos y cómo va a responder al envío de una propuesta. Un plazo común son seis semanas.

No conozco editoriales que envíen las evaluaciones de una propuesta de vuelta al autor. Lo normal es que el editor o consejo editorial, en base a esas evaluaciones, tome una decisión y se la comunique al autor.

3. Manuscritos

Si una editorial expresa interés por una propuesta solicitará entonces al autor una muestra de la obra (que bien podría ser una copia del manuscrito entero).

Es importante especificar en qué formato ha de ser enviado el manuscrito: si basta una copia por correo electrónico (en formato Word, rtf, pdf) o es preferible enviar una o varias copias en papel por correo postal.

Convendría que la editorial publicara un Manual de Estilo, a fin de que los manuscritos sean pre-formateados por los autores según los requerimientos de la editorial.

Probablemente el aspecto más importante en el proceso de evaluación de un manuscrito sea el cumplimento de los plazos de la revisión. Es una falta de educación hacer esperar a un autor indefinidamente hasta que la editorial ‘recuerde’ que hay que tomar una decisión sobre su manuscrito.

Un plazo prudente para organizar un proceso de revisión y tomar una decisión editorial es de seis meses.

La revisión de un manuscrito debería ser encargada al menos a dos evaluadores externos.

Es de rigor que los informes redactados por los evaluadores (ya sean con dictámenes positivos o negativos) sean enviados de vuelta al autor.

No hay mejor indicador de la seriedad y el prestigio de una serie editorial que la calidad de los informes de sus evaluadores. Es un bochorno para una editorial que a la vuelta de seis meses de espera el autor reciba apenas dos o tres páginas de recomendaciones. Los informes de evaluación son la medida de una cultura académica.

Algunas editoriales ofrecen por ello a sus revisores un Modelo o Pauta de Evaluación con el que cumplimentar la revisión del manuscrito. Esbozo un ejemplo de una tal pauta:

a. En términos generales ¿qué opinión le merece el manuscrito?

b. ¿Cree que la metodología y el planteamiento conceptual están bien abordados, o acaso debieran ser revisados?

c. En cuanto al contenido, ¿echa algo en falta: autores, materiales o casos no abordados? O por el contrario, ¿piensa que se le ha dado un peso excesivo a ciertos temas o problemáticas?

d.  ¿Cree que el manuscrito está bien estructurado y organizado: por capítulos, secciones, temas? ¿Le parece adecuada su extensión?

e. ¿Qué opinión le merecen el estilo y la redacción?

f. ¿Qué públicos / disciplinas cree que puedan estar interesados en el texto? ¿Con qué tradiciones dialoga y de qué controversias participa?

g. ¿Recomienda su publicación?

h. ¿Qué otros comentarios le haría al manuscrito? (Erratas, aclaraciones, etc.)

Es muy frecuente que a estas preguntas se le sumen otras de índole comercial (qué cursos universitarios podrían adoptar el texto como material de clase; qué tradiciones académicas, en qué países, encontrarían el texto de interés; etc.).

Una práctica cada vez más extendida es la publicación, al cierre de un ejercicio, de la lista de evaluadores que han participado de los procesos de revisión en ese período. Las editoriales que publican una y otra vez a los mismos autores, y tiran una y otra vez de los mismos evaluadores, corren el riesgo de ser tildadas de endogámicas.

4. Ciencia abierta

Los protocolos y pautas descritos arriba son buenas prácticas de común ejercicio en editoriales de prestigio internacional. En buena medida, describen y definen una cultura clásica del quehacer académico.

Pero la ciencia y la academia están cambiando, y con ello sus modelos y políticas de gobernanza. El fenómeno impulsor de buena parte de estos cambios es Internet y las culturas y economía digital que se configuran a su alrededor.

En materia de publicaciones esto se ve con claridad en el movimiento por una ciencia abierta (Open Science).

La Open Science tiene al menos tres componentes:

1. Open Access: el acceso abierto a los resultados de las investigaciones científicas.

2. Open Peer Review: la ‘apertura’ de los procesos de evaluación de las publicaciones académicas.

Hay distintos modelos. El British Medical Journal lleva desde 1999 solicitando evaluaciones en las que revisores y autores conocen las identidades de unos y otros. La evaluación permanece ‘abierta’ incluso después de la publicación, al tener habilitado un foro digital de ‘respuestas rápidas’ que permite hacer visibles las controversias asociadas al artículo.

Current Anthropology, la revista de mayor impacto en antropología social, practica un sistema de revisión en dos tiempos. Se lleva a cabo una primera evaluación del artículo por un grupo de pares anónimos. Si el editor decide seguir adelante con la publicación, se desvela la identidad de los evaluadores, a quienes se les invita entonces a redactar una versión pública de sus comentarios. Finalmente la revista publica el texto del artículo junto con los comentarios de los evaluadores, e incluye una respuesta final por parte del autor.

Atmospheric Chemistry and Physics, la revista de mayor impacto en meteorología, tiene también un sistema de publicación en dos tiempos. Sujeto a una primera y muy rápida revisión por parte de los editores, todo texto enviado a la revista es publicado en su página web. Se abre entonces un foro digital para su discusión pública (en el que todo comentario debe estar atribuido), a la vez que el texto es formalmente evaluado por pares (ciegos o no, según lo estimen ellos mismos). El conjunto de comentarios nutre el proceso de ‘peer review’ y habilita la decisión última y pública de los editores de aceptar o no el texto para su inclusión en un número de la revista.

La puesta en marcha de un modelo de publicaciones ‘abierto’ para monografías y libros es algo más complicada que en el caso de las revistas, pero existen suficientes experiencias de éxito como para justificar su acometida, especialmente en el caso de una editorial financiada con fondos públicos.

Podemos apuntar ciertas pautas al respecto:

a. En primer lugar, garantizar el acceso abierto a las monografías y los libros, colgando en la red una versión digital de los mismos. En el mejor de los casos, tales versiones deberían ser en formatos también abiertos (HTML 5).

b. Una nueva generación de editoriales digitales están experimentando con plataformas de ‘lectura social’ (social reading), que permiten comentar textos online, además de generar versiones enriquecidas de los mismos (insertando vídeos, audio, enlaces a otros textos).

Estas ediciones ‘sociales’ (en el sentido digital) permiten una gran trazabilidad de los usos y lecturas dadas a un texto. De este modo, por ejemplo, cuando alguien se descarga un libro, o cuando ‘extraen’ una sección, digamos para citarlo en un blog, o cuando alguien simplemente participa en el foro asociado al libro, en todas esas ocasiones, el libro deja un traza digital, y por tanto genera ‘impacto’ (en el lenguaje de la excelencia que tanto gusta usarse hoy en día).

Por todo ello, no hay mejor defensa de la ciencia pública, y en particular de la publicación de monografías como expresión de nuestra cultura académica en ciencias sociales y humanas, que reorientar nuestros modelos editoriales hacia los sistemas de publicación y lectura digitales.

3. Gobernanza abierta: modelo de gestión organizacional abierto a su comunidad de empleados, usuarios e interlocutores.

En el caso de una editorial, ejemplo de gobernanza abierta sería la misma publicación de su Política de Recepción y Revisión de Manuscritos en Internet, ampliando ésta con información relativa a: la composición de los Consejos Editoriales, listas de evaluadores pasados, plazos habituales entre recepción / revisión / publicación de un manuscrito, fechas de reunión de los Consejos, etc.

Un modelo más avanzado de gobernanza abierta habilitaría espacios de interlocución para: recibir propuestas de nuevas series o incluso proyectos editoriales; abrir nuevos canales y foros de comunicación y debate académico; repensar, en suma, la publicación de textos académicos a partir de las dinámicas de re-articulación de las esferas públicas digitales. Por tanto, donde el desafío no es tanto llevar la academia a Internet como pensar el Internet de la academia.

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