El procomún no es un commons
Video de la sesión de ThinkCommons del 29 de mayo de 2013, organizado por Domenico Di Siena.
La ciudad parece haberse convertido en el objeto paradigmático de la política. Imaginemos por momento que tal hipótesis es válida para ver hasta dónde nos lleva. El 15M nos ha puesto delante de nuestras narices (a veces de manera sutil) la ciudad. Recuerdo una de las primeras asambleas del 15M donde quien después se convertiría en un buen amigo decía: de lo que se trata es de que la vecina baje a la plaza a hablar de sus problemas. Eso es que la ciudad se convierta en el objeto político/de la política. Un poco más de desarrollo, tres aspectos para dar cuerpo a esa hipótesis provisional: primero la calle y la plaza, epítome de la ciudad política, se convierten en el lugar paradigmático para hacer política; la política se hace en la calle, insisten la miríada de iniciativas que han proliferado en Madrid (y otras ciudades de España) en los últimos años. La elección de la calle como lugar para las asambleas es paradigmático, tanto como la reformulación de lo que constituye el espacio público en lugares como El Campo de Cebada, Esta es una plaza o los crecientes huertos urbanos de Madrid. Segundo, la calle no es sólo el lugar del ejercicio político sino el método de esa política. Nuevamente, las asambleas nos lo han mostrado al reinventar o recuperar lo que significa sostener una asamblea en la calle, un ejercicio agotador de una política que deambula de un lado al otro al aire (un argumento que hemos lanzado); ese ejercicio de reinvención rezuma también en el arsenal de nuevos repertorios políticos como las mareas o la misma bici crítica; o está presente en el despliegue de toda una serie de infraestructuras destinadas a hacer de la calle un lugar distinto. Tercero, la ciudad se convierte en el objeto de reclamación política: estar en la calle es un derecho, tanto como amueblarla para una vida diferente o plantarla (de huertos urbanos) para hacer una ciudad distinta.
Comenzamos (Alberto y yo) hace tres años un trabajo en torno a la cultura digital, de manera específica en torno a esa genial figura que son los prototipos de Medialab-Prado. El horizonte de nuestras preguntas parecía estar bien acotado, limitado al pequeño espacio que albergaba en aquel momento a Medialab-Prado; pero como suele ocurrir con las etnografías de los antropólogos (y antropólogas) la sorpresa está a la vuelta de la esquina, en nuestro caso estaba en el barrio de al lado. Muy pronto nuestros pasos nos llevaron desde Medialab-Prado a Lavapiés, de allí a La Tabacalera, llegó el 15M y nos encontramos maravillados primero por la #acampadasol y después deambulando con las asambleas, y después nos cruzamos con Intermediae, Basurama, El Campo de Cebada, Zuloark, Domenico, Esta es una plaza… nos encontramos haciendo unos seminarios para hackear la academia y otros con los que sacamos la crítica (urbana) a paseo. Con todos ellos hemos descubierto una manera distinta de practicar e imaginar la ciudad y hemos comenzado a ensayar otras maneras de pensar, trabajar y producir conocimiento.
De toda esa ciudad en efervescencia destaco sólo un aspecto particular para discutir en el seminario Think Commons que Domenio Di Siena organiza (programado para el miércoles 29 de mayo a las 19.30 GMT). Me refiero a la convergencia de la cultura libre con la ciudad. Prototipos, hackeo y procomún son tres de las figuras de lo digital, de manera específica de ese objeto extraño que es la cultura libre, que sirven de inspiración para pensar y practicar esa ciudad distinta a lo largo y ancho de todo Madrid. El procomún en particular parece haberse convertido en la figura paradigmática para pensar mucho de lo que ocurre actualmente; y el Laboratorio del Procomún de Medialab-Prado se ha convertido en un lugar referente de esa reflexión. Semanas atrás tomábamos parte en la publicación de un monográfico dedicado a los Laboratorios de procomún en la revista Teknokultura (con Jara Rocha y Antonio Lafuente) donde avanzábamos un argumento muy tentativo sobre la configuración del procomún en España; lo reproduzco:
…el procomún es construido como un objeto epistémico, un dominio experimental que se distancia de las formulaciones convencionales que lo piensan como un tipo de bien o un régimen de propiedad. Esta configuración dota al procomún y a su investigación de una condición distintiva frente a otras geografías que se evidencia en un doble desplazamiento: la emergencia de nuevos objetos que se piensan como procomún y que nada tienen que ver con los convencionales bienes naturales o incluso digitales y la ubicación de su investigación en el dominio de la producción cultural y creativa.
Retomo ese argumento según el cual eso que en España llamamos procomún es una singularísima configuración de los commons en nuestra geografía, pero lo voy a estrujar un poco: no es que el procomún sea un commons singular sino que el procomún no es un commons. Ya sé, esto va contra la ortodoxia, pero sólo con propósito tentativo mantengamos un momento abierta la posibilidad de esa hipótesis para ver hasta dónde nos puede llevar; porque si el procomún no es un commons que se entiende como un régimen de propiedad, un bien particular o un modo de gobernanza, entonces, ¿qué es eso que llamamos el procomún? Aquí van dos posibilidades para armar la discusión:
El procomún es la figura que permite politizar la ciudad. Si hace diez años la globalización era el objeto del activismo, ahora es la ciudad. Así que el procomún es para el activismo actual lo que la globalización era para este hace diez años. Si el movimiento alter-mundialización señalaba entonces al planeta como su terreno de juego y a las transformaciones globales como el objeto de su interés, el procomún señala ahora a la ciudad (cada una de las ciudades) como el objeto del ejercicio político y las transformaciones que esta experimenta como su objeto de interés. ¿Podemos entones pensar en el procomún como la construcción política de otra sensibilidad urbana?
El procomún es una zona de intercambio donde los commons tradicionales se encuentran con la cultura libre. Dos tradiciones diferentes que señalan contextos distintos: los montes comunales o los caladeros de pesca de gestión colectiva para el procomún; el software libre o la Wikipedia para la cultura libre. Invocado por proyectos urbanos el procomún se cruza con la cultura libre surgida en Internet en un ejercicio de traducción espacial. El procomún es la espacialización de la cultura libre (el argumento que planteábamos en un paper reciente: The interior design of (free) knowledge). Pero quiero llamar la atención sobre el esfuerzo agónico que constituye el intento por traducir las lógicas de la colaboración más allá de la red. Recuerdo el taller ‘Para las que disfrutamos trabajando’ celebrado hace dos años en Traficantes de Sueños donde el procomún sobrevolaba la discusión sobre la precarización del mundo de la producción cultural y era planteado como la formulación de una ética del trabajo y organización laboral. En un reciente post Domenico Di Siena señalaba sobre la dificultad de sostener su práctica; dos ejemplos que ilustran la enorme dificultad para mantener la colaboración en esos proyectos urbanos que invocan el procomún. ¿Nos muestra entonces el procomún urbano los límites de la colaboración? Muy a menudo esos encuentros que invocan el procomún lo hacen de manera dramática: el procomún como un bien amenazado, una comunidad de afectados en peligro… así que, ¿podemos pensar el procomún como un género dramático?, un ejercicio de dramatización destinado a la producción de esa otra sensibilidad urbana.
Imagen de Carla Boserman. Licencia Creative Commons By-Nc-Sa.
Puede que el drama ayude a que aflore claro, a hacerlo visible.
Pero creo que se puede hacer visible también desde el cariño, desde el latido.
Creo que el procomún es también corazón, y permite que broten dinámicas, lugares, prácticas, modos de sentir, producir, reinventar, habitar…http://www.carlaboserman.net/wp-content/uploads/2013/02/6.jpg
Comentar aquí, en una entrada como esta, me resulta temerario (lo es). Es como venir a pisar lo fregado con mis zapatos sucios de insolencia, narcisismo e ignorancia estudiantil. Sin embargo me apetece hacerlo: en primer lugar porque sé que antes que antipatías provocaré la típica ternura que el bisoño despierta en el avezado. En segundo, porque el tipo de razonamiento que acompaña a esta entrada cada día me parece más agustiniano. El concepto de “procomún urbano” me chirría como una bisagra herrumbrosa que oscila entre relativismo y miserabilismo. Me da la impresión de que ese “procomún”, como decía Nietzche sobre el cristianismo, “promete todo pero no cumple nada”. El campo de la cebada, el medialab, etc. más que un desafío socio-político parecen querer hacer las paces con el mundo tal y como está. En este sentido quería traer a colación un fragmento de Foucault -soy consciente de que voy a jalear a Messi en el Santiago Bernabéu- que siempre se me viene a la cabeza cuando se habla de esto de los “procomunes” urbanos; de las “nuevas formas de habitar”:
“Samuel Tuke relata cómo se recibió en el Retiro a un maniaco, joven y prodigiosamente fuerte, cuyos accesos provocaban el pánico a su alrededor, incluyendo a sus guardianes. Cuando entra en el Retiro, está cargado de cadenas; lleva esposas y sus vestiduras están atadas con cuerdas. Apenas ha llegado cuando se le quitan todos los impedimentos y se le hace comer con los vigilantes; su agitación cesa inmediatamente; “su atención parecía cautivada por la nueva situación”. Es conducido a su cuarto; el intendente le dirige una exhortación, a fin de explicarle que toda la casa está organizada para que todos gocen de la mayor libertad y comodidad y que no se le hará sufrir ningún castigo, a condición de que no falte a los reglamentos de la casa o a los principios generales de la moral humana. El intendente afirma que en lo personal no desea hacer uso de los medios de coerción de que dispone. “El maniaco fue sensible a la dulzura del tratamiento. Prometió dominarse a sí mismo”. (…) La agitación del enfermo aumentaba entonces durante cierto tiempo, y después declinaba rápidamente.
(…) no se trata de limitar una libertad que se desenfrena, sino de cercar y exaltar la región de la simple responsabilidad (…)”
De modo que, ¿el procomun es un “drama” o un “latido”? Desde mi punto de vista, ambas cosas. Es una telenovela venezolana. De esas que pones cuando vuelves de trabajar, justo antes de la siesta. Como producto narrativo, como historia, es genial, apasionante. Engancha. Amor, odio y aventuras a cholón. Como artefacto político …
Claro que puede que todo esto sea una gilipollez que no viene a cuento. De hecho es lo más probable. En tal caso, como terapia no ha estado mal.
saludos
“¿podemos pensar el procomún como un género dramático?”… inquietante.
Quizás podíamos hacer un género interesante, y nuevo. Proponemos entonces que sea algo distinto.
Posiblemente ahora tenemos:
Película dramática + Películas de clase B + Películas fantásticas
El siguiente paso será:
Películas de aventuras + Películas tragicómicas + Cine experimental
Y deberíamos alcanzar a transformarla en:
Películas de acción + Películas biográficas + Películas eróticas