Colaboraciones experimentales: investigación en mo(b)imiento
El próximo miércoles 11 de junio tenemos el segundo seminario de Ciudad Escuela en el Museo Reina Sofía (Madrid) para hablar de las colaboraciones experimentales y la investigación en mo(b)imiento; será de 19:00 – 21:00. Colaboraciones experimentales: investigación en mo(b)imiento. El seminario es abierto pero interesados/as que escriban por favor a programasculturales3@museoreinasofia.es. Lo que siguen son unas breves notas de lo que contaré. Ciudad Escuela, el proyecto que presentamos hace unas semanas (en abril de 2014), podría describirse como un esperanzador proyecto surgido de un rotundo fracaso, al menos así es como comenzó para nosotros. Lo que pretendía ser un trabajo etnográfico convencional se tornó en un proyecto con Basurama y Zuloark (más tarde Domenico di Siena y Alfonso Sánchez Uzábal) en el que tuvimos (desde luego es mi caso) que re-aprender lo que significa hacer investigación, producir conocimiento y pensar con otros. La relación que establecimos con ellos formó parte del itinerario que habíamos comenzado por la ciudad de Madrid y que nos llevo a hollar nuevos lugares como El Campo de Cebada, Esta es una plaza o alguno de los huertos de la Red de Huertos Urbanos de Madrid. Un resultado de ese proceso fue nuestra participación en la producción de nuevas infraestructuras como La Mesa, a través de las cuales pensamos la ciudad y lo urbano con otros. Pero una de las consecuencias principales de ese itinerario etnográfico ha sido una profunda desestabilización de nuestro método; una especie de reordenación del mobiliario conceptual que amuebla los lugares desde los que pensamos, el equipamiento que mo(b)ilizamos para ello y la compañía que nos arropa. De una etnografía interesada por lo urbano hemos pasado a lo que podríamos denominar un ejercicio de urbanización del método en el cual la ciudad pasa de ser el objeto de nuestra interés al método que informa nuestra producción de conocimiento. Por decirlo de alguna manera, hemos urbanizado la etnografía, la hemos mo(b)ilizado literalmente dotándola de un nuevo mobiliario que la pone en movimiento.
Una manera de pensar todo eso que ha ocurrido es a través de la colaboración, la colaboración como una forma de relacionalidad específica destinada a la producción de conocimiento. En los últimos tiempos la colaboración se ha convertido en un dispositivo metodológico alabada en los ámbitos culturales más dispares. El arte pone en la colaboración la posibilidad de un renovado compromiso social, Internet se propone como el espacio colaborativo por excelencia y deposita en ella las esperanzas de renovación social y la ciencia sitúa en la colaboración la posibilidad de renovar sus formas de producción de conocimiento. La antropología no es muy diferente y en la última década hay cada vez más llamamientos a repensar su método a través de la colaboración. En algunas ocasiones la colaboración es planteada como la forma óptima para informar éticamente nuestras investigaciones, una investigación colaborativa es una investigación que asume un compromiso social, según algunos autores; conecta de esa manera con reflexiones sobre lo que se ha llamado antropología implicada (engaged anthropology) y antropología pública. Muchas propuestas en el mundo del arte siguen ese argumento, hacer de la colaboración una instancia para informar ética y políticamente la producción cultural. En otras ocasiones la colaboración se torna en el argumento para articular el compromiso político de investigaciones realizadas en contextos distintivamente políticos, tal es el caso de la investigación militante y la etnografía activista. El proyecto que en su momento realizaron desde Precarias a la deriva es podría leerse en esos términos, y no es el único; las propuestas que hace el Colectivo Situaciones para la investigación militante señalan justamente el método como el lugar para informar políticamente las prácticas de investigación tanto como las formas de trabajo del colectivo Iconoclasistas.
De vuelta a las ciencias sociales, la colaboración desestabiliza en buena medida sus métodos de investigación y los abre a discusión, una discusión en la cual deberíamos quizás problematizar esa condición virtuosa que le atribuimos a la colaboración porque, a fin de cuentas, ¿qué es verdaderamente una relación de colaboración? Una posibilidad para desplegar esa pregunta y convertir a la colaboración en un objeto de investigación en lugar de una norma de nuestro trabajo es hacerlo mediante la experimentación, tornar la colaboración en un ejercicio experimental. Colaboración experimental es una manera de llamar a una experimentación que explora las condiciones mismas de una relación para la producción de conocimiento mediante la colaboración. Tomemos por un momento en serio tal propuesta porque el asunto se pone interesante cuando echamos un vistazo y descubrimos que la idea más extendida que tenemos de lo que es la experimentación resulta demasiado estrecha y es, en términos históricos, incorrecta.
Hablamos de experimentación y nuestra imaginación vuela hacia el laboratorio, el locus y espacio paradigmático de la ciencia. Pero la historia de la ciencia nos ha mostrado que no puede sostenerse la identificación y homología mantenida por décadas entre laboratorio, experimentación y contrastación de teorías. El laboratorio no es el único espacio experimental y la experimentación muy raras veces es un proceso destinado a contrastar teorías y justificarlas (Klein 2004). Ursula Klein nos ha mostrado que a lo largo de la historia ha habido muchos estilos de experimentación (Klein) y Karin Knorr-Cetina ha evidenciado que las culturas epistémicas de la ciencia actual son muy variadas. Las prácticas experimentales de los físicos/as de partículas son muy diferentes de las de los biólogos/as moleculares, por ejemplo; y las de los biólogos han cambiado notablemente a lo largo de los últimos dos siglos.
El laboratorio emergió en la segunda mitad del siglo XIX como lugar paradigmático de la ciencia y locus de la experimentación y su la representación convencional que toma como modelo la física y piensa en el laboratorio como un espacio de control para la producción artificial de hechos naturales es un producto del siglo XX. Hay muchos otros lugares en los cuales la experimentación se emplaza, y muchos otros estilos distintos además de la experimentación de laboratorio. Como dice Ian Hacking: la experimentación tiene vida propia y quizás sea relevante que exploremos cuál es la vida colaborativa de la experimentación en las ciencias sociales.
Siguiendo el argumento podemos entonces comenzar a preguntarnos cómo sería un estilo de experimentación genuino en las ciencias sociales. Y no me refiero a la experimentación que no es más que una traducción del modelo de laboratorio físico a la investigación social (véase como ejemplo paradigmático la física). Hay algunos precedentes históricos, como las tradiciones donde la ciudad se piensa, por ejemplo, como un gran espacio de experimentación (caso Escuela de Chicago en Sociología en la década de los 30) o a la experimentación en el trabajo de campo que a principios del siglo XX desarrollaron los ecólogos (y aún hoy en día), fuera del laboratorio y a través de otras prácticas.
Porque quizás la explorar las formas de colaboración experimental nos abre la posibilidad para explorar las condiciones del método, de otros métodos, para la producción de conocimiento. Y si tiramos de la historia de la experimentación (y de nuestra experiencia empírica) podemos identificar aspectos cruciales de la experimentación que pueden ayudarnos a pensar cómo articular esas formas de colaboración experimental. Mi intención en el seminario será discutir cuáles son las condiciones necesarias para desplegar en nuestras investigaciones ejercicios de colaboración experimental, trabajos que no sancionan ninguna forma de relacionalidad como colaborativa sino que convierten a esta (la colaboración) en un objeto de indagación. En ese proceso nos aparece la necesidad de explorar al menos tres aspectos a los cuales me referiré, las infraestructuras, los lugares y las temporalidades que permiten sostener esos ambientes experimentales para la producción de conocimiento de manera colaborativa.