Madrid y las políticas de la participación: tres sensibilidades urbanas del municipalismo
Los ayuntamientos municipalistas han hecho de la participación insignia de sus políticas y pieza clave de su proyecto de renovación democrática: el poder de decisión es redistribuido entre vecinos y vecinas, ya no reside únicamente en la institución representativa. Tal es el aval con el que se presentan las políticas de la participación. El gobierno municipal (en manos de un partido de nuevo cuño, Ahora Madrid) ha puesto en marcha toda una serie procesos participativos: la introducción de presupuestos participativos (que distribuirán 60 millones de euros), la cesión de espacios a asociaciones vecinales, la creación de nuevos instrumentos de representación ciudadana en los distritos (foros locales), sistemas de deliberación sobre el diseño urbano (remodelación de la Plaza de España) o espacios para el ejercicio especulativo sobre las políticas culturales (Laboratorios de cultura abierta). Tres áreas de gobierno han enarbolado la participación como parte central de sus políticas, además de aquella que lo lleva en su nombre, las políticas participativas son invocadas por el Área de cultura y el Área de coordinación territorial y asociaciones. Cada una ha traído al gobierno municipal una sensibilidad distintiva desde la cual imaginan la ciudad y practican la política. Cada una nos propone ejercicios de participación fundamentados en instrumentos específicos a los que se inviste con toda una serie de atribuciones: las herramientas digitales para la política deliberativa (en el área de participación), los métodos creativos para la especulación política (en el caso de cultura) y la ordenanza territorial para las políticas de la representación asociativa (en coordinación territorial). Pese a la limitación ineludible en una tipología tal, esta nos ayuda a pergeñar un mapa de la imaginación política que el gobierno municipal ha proyectado en los últimos meses sobre la ciudad.
Herramientas digitales para una política deliberativa: la ciudad acabada del presente.
La cultura de los mundos colaborativos de Internet ha desembarcado en el ayuntamiento de la mano del Área de Participación Ciudadana, Transparencia y Gobierno Abierto. Uno de sus proyectos paradigmáticos es Decide Madrid, una infraestructura digital para la participación de ciudadanos y vecinas en los presupuestos de Madrid. Una partida de 60 millones de euros que debe ser decidida colectivamente en barrios y distritos de la ciudad. Todo un logro y una propuesta novedosa para Madrid, aunque poco innovadora porque este tipo de gestión económica se realiza desde hace más de tres décadas en ciudades de todo el mundo. Los problemas que ha encontrado en sus inicios son notables, limitada participación y distanciamiento entre la infraestructura de deliberación y el territorio sobre el cual pretende decidir.
Pese a las limitaciones, hay un aspecto absolutamente singular del proyecto. Pero no se trata de la propuesta deliberativa que nos ofrece sino de la infraestructura que la hace posible. El área de participación ha instalado (literalmente) la práctica genuina del mundo hacker dentro del ayuntamiento: esa que pasa por construir y dotarse de las infraestructuras organizativas que sostienen su trabajo. Frente a la política cifrada en el discurso opera aquí una política material hecha de infraestructuras y herramientas que no son simplemente recursos sino la encarnación material del ejercicio político. Ese gesto cobra especial relevancia cuando el área pone tales herramientas a disposición de otros gobiernos municipales, liberando las infraestructuras que ha diseñado. El ayuntamiento se convierte en productor de herramientas en las cuales inscribe su impulso por expandir la gobernanza urbana.
Frente a la política de las obras acabadas, el mundo hacker nos ha enseñado a operar con obras a medias: sin terminar (a medio hacer) y hechas el colaboración con otros (a medias). Obra aquí esa singular idea del mundo hacker del beta permanente, donde cada proyecto es una invitación para que cualquiera pueda tomar parte y pueda modificarlo. ¿Qué sería pensar la ciudad en esos términos?, qué significaría asumir la ciudad como un proyecto en beta que requiere de la participación de cualquiera, no para ser finalizado sino para llevarlo hacia lugares que ni siquiera habíamos imaginado. Si una ciudad en beta nos sitúa ante una posibilidad (y una composibilidad: la posibilidad de componer una ciudad distinta), propuestas como los presupuestos participativos nos anclan únicamente en un presente acabado. Una ciudad sobre la que tenemos que deliberar pero cuyo futuro difícilmente podemos reformular. Quizás el gesto más desafiante pasaría por instalar en la ciudad el mismo espíritu hacker que piensa lo político desde el medio hacer y los medios para hacer, antes que decidir o deliberar. Más que espacios para la deliberación, el gesto radical de una política de la participación pasaría por la construcción de herramientas que liberen capacidades de la ciudad que ni siquiera habíamos imaginado.
El método creativo de la política especulativa: una ciudad experimental.
El Área de las Artes ha sido crucial en la emergencia de una ciudad que acoge la inventiva de sus vecinas y ofrece a sus ciudadanos la posibilidad de repensar su barrio, rediseñar su plaza o remodelar su lugares abandonados. El área ha abierto el gobierno municipal a una sensibilidad política inusual en las grandes instituciones. Una sofisticada sensibilidad que propone un ejercicio político que se articula a través de la escucha antes que de la palabra, mediante el cuidado antes que el mandato. Una ciudad donde las experticias tradicionales son cuestionadas en un ejercicio desafiante capaz de expandir la política hacia nuevos territorios. La ciudad se despliega como un espacio para nuevos aprendizajes urbanos.
El método se torna en el elemento central para la producción de espacios destinados al ejercicio creativo y la especulación política. Métodos para ordenar el espacio, técnicas para promover la colaboración, instrumentos para detonar la imaginación… el método es la herramienta paradigmática para la participación en el Área de Cultura. Los laboratorios de cultura abierta que puso en marcha son un ejemplo paradigmático, al igual que la proliferación de proyectos ciudadanos que recuperan lugares abandonados. La ciudad se convierte en esos proyectos en un espacio curatorial, en el mejor sentido del término: un objeto para una ética del cuidado que se ocupa de cuerpos vulnerables y lugares frágiles, de imaginaciones periféricas y esperanzas arrinconadas. Nos encontramos con toda una serie de espacios para el despliegue de métodos creativos que acogen la colaboración, la imaginación y la especulación. Una política eventual que genera expectativas que la condición efímera de tales proyectos, por desgracia, raramente es capaz de sostener.
Estamos además ante una apuesta riesgosa, porque el ejercicio curatorial es siempre un gesto ambivalente que hace de la ciudad un objeto de cuidados pero que se deslizar con facilidad hacia un comisariado que la convierte en objeto de exhibición. Hemos aprendido en los últimos años de la creatividad vecinal una manera distinta de habitar la ciudad y practicar el espacio urbano. Gracias a ellos hemos imaginado nuevas formas de gobernanza y nos han enseñado a pensar en la política como un ejercicio experimental donde lo que está en juego no es ni la protesta ni la propuesta, sino la capacidad de componer nuevas versiones de la ciudad. Pero como todos los experimentos, tienen un fin. Aunque también es cierto que cuando un experimento finaliza genera siempre un instrumento que decanta y cristaliza todo lo aprendido. Quizás es el momento de comenzar a formalizar lo aprendido, decantar los saberes adquiridos en formatos duros y estandarizar las técnicas desarrolladas en nuestros experimentos. No para que nos apeguemos a ellas y nos instalemos en lo ya sabido, sino para construir desde esos aprendizajes ejercicios nuevos experimentales que nos piden otros lugares, nuevos instrumentos y otros protagonistas.
Ordenanzas de la política representativa: la ciudad territorial.
Políticas de la participación vistas a través del prisma tradicional del movimiento asociativo. El Área de Coordinación Territorial ha emplazado en el Ayuntamiento una sensibilidad política de vecindad, la propia de aquellos apegados a un territorio que conocen en sus mínimos detalles. El área ha reorganizado la arquitectura representativa del gobierno municipal mediante el establecimiento de consejos territoriales ciudadanos en cada distrito. Ha ordenado además el proceso de cesión de espacios a asociaciones ciudadanas, una práctica que ya se hacía en años anteriores pero que carecía de orientaciones o políticas explícitas.
La norma institucional se convierte en el instrumento de la política participativa del Área de coordinación territorial, sea en la forma de ordenanza, reglamento, protocolo o directriz. Y a través de ella se ofrecen nuevos espacios de participación dentro de la arquitectura institucional del gobierno (foros locales) o recursos para ella (espacios vecinales). La suya es una política de la participación que se organiza territorialmente, mediante formas de representación tradicional (asociaciones vecinales). Una política participativa que impone todos los rigores de la ley, las estrecheces formales de la institución y las limitaciones de cualquier política representativa que pretende reducir el todo a una parte.
Sabemos por la historia reciente que la ciudad que tenemos es más justa y más equitativa gracias a las valientes luchas de las asociaciones vecinales durante la década de los sesenta y setenta. Asociaciones que fueron escuela política para muchos vecinos y tantas vecinas. Pero también sabemos que las asociaciones ya no son las únicas formas de colectivizar la política y fabricar asuntos comunes. Hay otras formas de organizarse políticamente y bien harían las instituciones en reconocerles antes que obligarles a convertirse en lo que no son. La ciudad no cabe en la arquitectura institucional, no puede entenderse como espacio de representación ni someterse a la formalidad que estos imponen. Una política que no deja espacio a las múltiples formas en las que se expresa la ciudad es una política que simplemente re-inscribe lo existente, una política que no muestra aspiraciones futuras ni adquiere riesgos presentes. El área bien podría comenzar por reconocer esas otras expresiones de la política vecinal y quizás, también, aprender de ellas. No necesitamos una participación por invitación sino ejercicios de colaboración donde la institución sea capaz del gesto de humildad y coraje que significa reconocer que tiene mucho que aprender de sus convecinos.
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La participación política ha sido sometida a una enorme crítica en tiempos recientes que nos ha mostrado, tanto teórica como empíricamente, las enormes limitaciones que tienen las políticas de la participación. Desde la desactivación de la potencia ciudadana a su disciplinamiento, pasando por la irrelevancia de sus proyectos. La figura de la participación política es reclamada, ensalzada y denostada. Y pese a todo, pese al reconocimiento de sus límites y fracasos, creemos necesario seguir explorando el alcance de una manera de tomar parte en la política que aspira a hacer parte de la ciudad a aquellos dejados aparte, aquellos que no tiene parte. Quizás lo primero que necesitamos es unas políticas de la participación humildes, que comiencen por reconocer el fracaso de la participación. Unas políticas de la participación que reconocen su limitación y que no cifra su éxito en aquello que logran sino en todos aquellos efectos adyacentes que son capaces de generar. Una participación cuya política se cifra en la adyacencia.