Una educación fuera de lugar… en otro lugar (al hilo del CCCD I)
Una de las aventuras más excitantes del último año ha sido el CCCD, como hemos conocido coloquialmente por sus siglas al máster de Comunicación, Cultura y Ciudadanía Digitales (CCCD). Un proyecto que tiene a la cultura digital como su objeto de estudio y que al mismo tiempo trata de hacer de sus prácticas y valores la fuente de inspiración para su modo de aprendizaje. El plural del máster (digitales) es significativo porque huye de la singularización que tiende a homogeneizar la ‘cultura digital’, como si de esta hubiera sólo una versión indistinta. Y ese gesto de pluralización señala que hay diferencias y que estas importan: no todas las infraestructuras digitales llevan inscritos los mismos valores y hay prácticas distintas en los entornos digitales que señalan mundos inconmensurables.
Y de entre todas las versiones, el CCCD opta por la cultura libre. Esta constituye su objeto de estudio paradigmático y (nuevamente) la fuente de inspiración para su modelo de aprendizaje. Además de discutir cómo podemos pensar e investigar la cultura libre intentamos explorar cómo traducir a un espacio de aprendizaje formal (un máster) dentro de una institución (la universidad) las lógicas de la cultura hacker del software libre: sus prácticas de apertura, sus modos de colaboración, la actitud inquisitiva de sus participantes y el ejercicio apasionado de aprendizaje que les caracteriza.
El CCCD se embarca de esta manera en la amplia reflexión que se mantiene sobre cómo la(s) cultura(s) digital(es) puede inspirar nuevas formas de educación y contextos de aprendizaje. Nociones como edupunk, humanidades digitales, educación expandida o los intentos por hackear la academia problematizan los modos convencionales de la educación y señalan valores, infraestructuras y formas de organización alternativas que tienen a la cultura digital como su fuente de inspiración. Educación expandida es el concepto con el cual el colectivo Zemos98 nos provocaba unos años atrás para reflexionar sobre esas formas heterodoxas de aprendizaje que rezuman en la cultura digital. La “expansión” de la educación que apunta reconoce que esta se da ahora en lugares absolutamente novedosos al tiempo que evidencia que se multiplican las “prácticas, ideas o metodologías educativas que se encuentran fuera de lugar”. Y quizás esa condición de estar fuera de lugar, si lo tomamos con absoluta literalidad, nos puede ayudar a pensar algunos aspectos del CCCD y, por extensión, de cómo podemos tomar inspiración de la cultura digital para repensar el aprendizaje.
Si algo he aprendido en los últimos tres años desde que regresé a Madrid ha sido a aprender a aprender de otra manera y, sobre todo, en otros lugares. Lo he hecho con académicos amigos cercanos y en otros lugares donde el aprendizaje jamás se invoca pero donde uno sale más sabio de lo que entra. Me ocurrió con la asamblea de Lavapiés donde aprendí cosas que ni se me pasó por la cabeza que ignoraba, antes había aprendido en Medialab lo que significa la hospitalidad urbana y cómo experimentar con los prototipos otra maneras de conocer, y con la progenie de arquitectos con la que nos cruzamos últimamente he aprendido a mirar de una manera distinta a la ciudad.
Las asambleas del 15M nos han mostrado de manera elocuente no sólo que la calle es el lugar de la política, sino el lugar donde podemos aprender (muchos/as lo hemos hecho) a hacer otra política: la asamblea como escuela de aprendizaje político (como cuatro décadas atrás fueron las asociaciones de vecinos). Y junto a las asambleas que airean la política en la calle en un ejercicio de transformación de lo urbano, otras iniciativas recientes nos hablan de una manera distinta de intervenir en la ciudad, entre ellos El Campo de Cebada. Un proyecto que aprovechó los despojos de un vacío para construir en él un lugar rebosante de vida urbana, un lugar donde se aprende a hacer una ciudad distinta.
Si el gesto de inventiva de las asambleas fue señalar que la calle era el lugar para nuevas formas de asociación y aprendizaje político, el del Campo de Cebada ha consistido en evidenciar esta como lugar del urbanismo. La ciudad ya no se diseña sólo en los departamentos de urbanismo o en los estudios de arquitectura, sino en la calle misma: la calle es el lugar del diseño de la calle. Cambia el lugar donde se diseña pero también lo que significa diseñar la ciudad: ya no es un ejercicio de trazar líneas sobre un papel sino clavar clavos para montar una grada que amueble el espacio y haga de él un lugar distinto. En La Tabacalera de Lavapiés, se aprende que la cultura puede ser otra cosa que lo que albergan los museos; y los huertos urbanos, contra legislaciones vigentes y visiones estrechas de lo que es ciudad (o precisamente por eso), nos han enseñado que plantar un rábano es hacer la revolución porque con ello estamos reclamando el derecho a otra ciudad. Todos ellos son lugares donde quienes habitan la ciudad aprenden que esta puede ser distinta.
No me extiendo porque creo que el argumento se deja entrever: nos encontramos con ejercicios de aprendizaje que se encuentran fuera de lugar. Lugares improbables donde se aprende a hacer política, urbanismo, cultura y ciudad. Lugares donde esos dominios son reformulados precisamente por encontrarse fuera de lugar. La política adopta una forma distinta y el urbanismo una configuración diferente porque en ellos se despliegan otras infraestructuras materiales, se movilizan nuevas prácticas y tienen unos protagonistas inesperados. Cuando las universidades decidieron salir a la calle hace unos meses optaron por colocarse, literalmente, ‘fuera de lugar’. Era un gesto radical (aunque efímero) de innovación pedagógica porque una clase en la calle es una clase; pero también puede ser muchas otras cosas. Y lo mismo vale para un máster que sale de la zona de confort de su arquitectura institucional para tomar residencia en un centro de producción artística (si es que podemos llamar así a Medialab). El CCCD se mueve al centro de la ciudad cuando toma residencia en Medialab-Prado y eso marca su ejercicio pedagógico a través de su apertura a lo imprevisto el compromiso político de su desubicación y la redefinición de la misma noción de aprendizaje.
Desde el primer momento el CCCD se abrió y los seminarios se poblaron, de repente, con propios y extraños. Estudiantes del máster y gentes ajenas que asistían con asiduidad a esta u otra asignatura o que se dejaban caer ocasionalmente. Puede parecer un ejercicio trivial pero no lo es, especialmente en los tiempos que corren cuando los programas de máster (algunos) son una fuente de ingresos de universidades y docentes. ¿Abrir un máster para que pueda acudir cualquiera?, ¿no es injusto que se aprovechen quienes no pagan? Creemos que no, todo lo contrario, el problema es todo ese conocimiento que se derrama en las universidades porque se niega el acceso a quien podría aprovecharlo: personas que desearían seguir un único seminario de un máster, otras interesadas únicamente por el aprendizaje sin necesidad de la acreditación… y quién sabe cuántas otras posibilidades más. Abrir los seminarios a otros es una manera de enriquecer esos contextos de aprendizaje y desactivar esa tendencia por la cual la política mediocre pretende hacer de la universidad simplemente un espacio de intercambio económico.
Pero abrir los seminarios es generar también un espacio para lo impredecible y, con ello, para la experimentación. La experimentación entendida como el despliegue controlado de las condiciones que permiten que ocurra lo imprevisto, aquello que nos ayuda a generar nuevas preguntas. Alejada de su arquitectura institucional y fuera de lugar puede ocurrir cualquier cosa en una clase: en un segundo puedes pasar de ser profesor a aprendiz, el orden puede volar por los aires en un instante y el más mínimo gesto de experticia puede ser desafiado porque si para unos/as eres profesor/a para otros no eres más que un transeúnte o un charlatán. Y ese desplazamiento que te ubica ante lo inesperado es una manera de comprometerse, de ponerse, como dice Marina Garcés, en un compromiso, que es lo que suele ocurrir (ponerse en compromiso) cuando te colocas fuera del lugar que te corresponde.
Localizarse en Medialab-Prado es una manera de forzarse a aprender qué es un máster en un entorno tal, una forma de situarse en un lugar donde tanto tienes que aprender como puedes enseñar. El CCCD ha tomado inspiración de la particular cultura del prototipo de Medialab para diseñar su aprendizaje y su misma organización en torno a esa particular figura que son los prototipos: un ejercicio de diseño inacabado, abierto permanentemente a la intervención e investido de la hospitalidad que requiere la apertura a los otros. El CCCD entonces como un prototipo de aprendizaje, pero esa es otra historia.
La imagen es de Carla Boserman y tiene una licencia CC by-nc-sa.