Comunes imprevisibles

Procomún y auto-gestión movilizan objetos y sujetos distintos. De todos modos, tanto objetos como sujetos movilizan, a su vez, ‘claimants’: personas (individuales o colectivas, humanas o no-humanas) que reclaman distintos tipos de derechos. Sobre los objetos del procomún se reclaman los derechos de ‘acceso’, ‘extracción’, ‘gestión’, etc., que identificara Ostrom. Y ello, claro está, no es sino otro modo de decir que se movilizan cierto tipo de sujetos: subjetividades que se definen por sus reclamos de acceso, o de extracción, o de gestión, etc.

Con la auto-gestión pasa otro tanto: pareciera que la auto-gestión moviliza, en primera instancia, sujetos – el colectivo auto-gestionado. Pero los sujetos lo son respecto de cierto tipo de objetos reclamados: espacios, mesas, neveras, puertas, dominios, listas de correo, butacas, proyectores, etc.

Cori Hayden, en ‘When nature goes public’, describe el modo en que un conocido proyecto de bioprospección farmacéutica en México activó y mantuvo en vilo cierto tipo de ‘dominio público’ durante el período de su ejecución. La Convención para la Diversidad Biológica de Naciones Unidas, firmada en 1992, recomienda la aprobación de medidas legislativas nacionales que garanticen la reciprocidad y compensación (vía, por ejemplo, programas de ‘benefit-sharing’) entre comunidades en países en desarrollo y la industria farmacéutica. Lo que se persigue es reconocer el aporte de, digamos, aquellas universidades o comunidades indígenas que proveen ‘biodiversity knowledge’ a la industria farmacéutica para su eventual análisis y explotación comercial (por ejemplo, plantas, hierbas o conocimiento sobre su uso y/o aplicaciones terapéuticas).

Hayden describe cómo las exigencias y vericuetos de los programas de bioprospección han llevado a las compañías farmacéuticas a evitar el escollo de la negociación directa con el estado mexicano o las comunidades indígenas nutriendo sus colecciones de plantas y conocimiento tradicional (sobre su uso y aplicación) al extraerlas directamente del llamado ‘dominio público’. Es así que las compañías han trasladado la bioprospección a los mercados dominicales de diversos pueblos del norte de México, donde los chamanes venden sus ungüentos directamente al ‘público’; o han empezado a expoliar las informaciones ‘públicas’ que etnobotánicos o antropólogos publican en revistas internacionales; o incluso han llevado a cabo expediciones recolectoras en las mismísimas cunetas de las carreteras que cruzan el país, donde, por supuesto, las plantas y las hierbas son ‘públicas’. Cualquier cosa menos sentarse a negociar con un burócrata o establecer un acuerdo sobre reciprocidad y compensación con una comunidad indígena.

Como bien insiste Hayden a lo largo de su estudio, el dominio público nos lo encontramos siempre ‘activado’ por cierto tipo de prácticas y discursos. En este caso, lo público lo es siempre por oposición, no a lo privado sino a lo ejidal y comunal: las compañías farmacéuticas van evitando explícitamente su encuentro con la burocracia y las demandas de las instituciones gubernamentales y las comunidades indígenas. Buscan lo público para poder seguir privatizando (para poder mantener un control total sobre los contenidos propietarios de sus investigaciones).

Como bien nos recuerda Adolfo en su post anterior, distintos tipos de prácticas y discursos demarcan distintos ‘adentros’ y ‘afueras’. A veces, sin embargo, las distinciones no explicitan oposiciones obvias: sujeto vs. objeto, público vs. privado, abierto vs. cerrado. A veces, el juego de ‘claims’ y ‘claimants’ solapa lo público sobre lo privado, o dificulta la distinción entre bien común y gestión empresarial. A veces nos encontramos evidencias etnográficas que no nos esperábamos.

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