Colaboraciones experimentales (o ‘mira quién baila’)

Un ciego saca a bailar a una sorda. Es la situación perfecta para un ejercicio de colaboración: una mantiene el ritmo, el otro guía el paso. La incorrección política no es mía sino de Ricardo Antón, la escenografía con la que representa la relación posible entre la academia y lo que hay más allá de ella (es una metáfora, mantengamos la calma). En las próximas semanas nos ocuparemos de este asunto en diferentes ocasiones, si estáis interesados al final del texto más detalles sobre las convocatorias (dos de ellas esta primera semana de mayo de 2014). La reflexión en torno a este asunto forma parte del trabajo que estoy haciendo hace tiempo con Tomás Sánchez Criado en torno a lo que hemos llamado colaboración experimental, un intento por reimaginar las formas de pensamiento de la academia, un esfuerzo por renovar las infraestructuras, lugares, métodos y compañeros/as con los que hacemos ciencia social.

Un proyecto de renovación que ha calado en los últimos años entre algunos académicos que persiguen revitalizar sus modos de hacer, conscientes de que la ciencia social ha agotado sus preguntas, sus métodos no son capaces de abarcar las realidades que nos desafían, sus propuestas de pensamiento resultan cada vez más irrelevantes y los lugares donde este se elabora parecen eriales. Madrid es indicador de este estado de cosas. Buena parte de los lugares donde se produce el pensamiento social más fértil están localizados fuera de la academia. Sitios donde se regenera la política, se reinventa lo urbano, se experimenta con lo digital o se expanden las formas de la cultura… Por muy precarios y limitados que sean sus medios, la potencia de esos espacios de pensamiento deja a menudo en evidencia a la academia establecida y comatosa; muy especialmente a esa parte amplia de la academia que es incapaz siquiera de tantearse el cuerpo para darse cuenta que ya no respira.

Pero también es sintomático de ese estado de cosas que muy a menudo, por muy extra-académicas que sean esas propuestas, están informadas y hunden sus raíces en los estilos y formas de pensamiento académico. Se evidencia en sus formatos de producción de conocimiento y los modos de circulación de este, en la elección de sus formas de representación, en los géneros de escritura, estilos argumentales, tradiciones teóricas y métodos que ponen en juego. Si lo primero nos muestra el agotamiento de la academia y la infertilidad de su pensamiento, lo segundo nos señala la posibilidad de renovarla. O más bien nos conmina a renovarla; a quienes estamos dentro por imperativo ético, a quienes están fuera por interés político.

El largo diálogo que en los últimos años hemos mantenido en Madrid (con Alberto Corsín Jiménez) con Basurama y Zuloark y mucha otra gente (Medialab-Prado, Intermediae, La Mesa…) evidencia la posibilidad inesperada de generar ambientes epistémicos radicalmente novedosos para los científicos sociales más allá de los muros de la institución académica. Y por ambientes epistémicos me refiero a lugares de mimo (como dice Tomás), lugares amueblados con infraestructuras hospitalarias, que mientras tratan con detalle la documentación y el archivo de lo que acontecen cuidan a quienes lo van a leer, lugares donde el mimo del cuerpo es la condición para la potencia del pensamiento. Lugares donde amueblamos el interior de una episteme que nos permite pensar de nuevo. Podríamos decir que nuestro trabajo en esos lugares ha adoptado la forma de una etnografía colaborativa de contornos difusos, que parece proyectarse ad infinitum y que desde luego ha difuminado la escenografía convencional con la que el método nos asigna papeles a unos y otros. Lo que comenzó como una etnografía de prototipos se torna en una etnografía/prototipo urbano.

La etnografía antropológica, por muy conciliadora que sea, asigna unos roles muy claros: unos son los que viven (aquellos antes llamados informantes), otros son los que escriben (estos llamados/as antropólogos/as). Unos marcan el paso, otros siguen el ritmo (que cada uno lo interpreta a su manera). Y esa descripción puede generalizarse a los métodos de investigación de las ciencias sociales, que proponen y trazan una escenografía en nuestros encuentros destinados a la producción de datos empíricos (eso dirán unos, otras preferirán hablar de la producción de conocimiento). John Law y Evelyn Ruppert (2013) lo han dicho hace poco de una manera más elaborada al pensar en los métodos de investigación como dispositivos (devices) que ensamblan y disponen el mundo en patrones sociales y materiales específicos. Pero si la antropología nos dice que bailemos un vals resulta que en nuestro trabajo de campo hemos acabado perreando.

¿Qué ocurre entonces cuando la escenografía del método salta por los aires? No queda más remedio que reinventarnos el ritmo y rediseñar el paso de baile en tiempo real. Eso es lo que George Marcus (2013) ha llamado colaboración (a la cual sugiere darle un toque experimental). El antropólogo estadounidense nos ha mostrado cómo el dispositivo de la etnografía entra en crisis cuando los antropólogos se internan en lugares donde nuestras contrapartes no encajan en el papel coreográfico que el investigador les asignaría naturalmente (ese de informantes). Dicho de otra manera, hay lugares que se muestran especialmente correosos a las aspiraciones escenográficas de los antropólogos/as: lo que comienza como vals termina como perreo. En esas circunstancias Marcus plantea que no queda más remedio que optar por la colaboración como modo etnográfico porque nuestras contrapartes se parecen mucho tanto a nosotros en sus formas de producción de conocimiento. O dicho de otra manera, si la etnografía dice que el etnógrafo manda en el baile, la colaboración es una situación en la cual no sabemos si hemos de marcar el paso o hemos de seguirlo.

Pero en lugar de sancionar la colaboración como el modo óptimo y asumir que sabemos lo que es queremos convertirla en una incógnita, hacer de ella un objeto de investigación, o más precisamente de experimentación. ¿Qué tipo de escenografía es la que nos propone la colaboración (etnográfica)? ¿Cómo podemos experimentar con ella? Una precisión antes de seguir. La etnografía (o en el argumento presente, la escenografía antropológica) no es ajena a lecturas experimentales. George Marcus y Michael J. Fischer (1986) la describieron como un ejercicio experimental de crítica cultural en la década de los ochenta y en términos experimentales se refirieron a los ensayos realizados con sus géneros narrativos. La etnografía moderna fue diseñada tomando inspiración del trabajo de campo de la botánica (Kuclik 1997), un siglo después los intentos por renovarla señalan nuevamente a las ciencias naturales, pero en este caso a través de las figuras de la experimentación y el laboratorio. La problematización reciente que algunos autores plantean entre las ciencias de campo y las experimentales hace más plausible el desplazamiento que permite pensar la etnografía en términos experimentales (Candea 2013); el argumento es que los límites claros entre observación/experimentación y campo/laboratorio han comenzado a diluirse en algunas ciencias como la ecología donde la observación en el campo comienza a asemejarse a la experimentación controlada en el laboratorio (Kohler 2002).

Tal planteamiento es un indicador de lo que la historia de la ciencia y los STS (Science and Technology Studies) nos han mostrado de manera más general, la experimentación es mucho más diversa, tanto como los lugares en los que esta toma residencia (Klein 2003; Knorr Cetina 1999). Y desde luego, nos muestra que la experimentación no puede ser reducida a los proceso de inducción/deducción, tiene muchos más pasos de baile en su recámara. Nos lo ha mostrado de forma sugerente y hermosa el historiador de la ciencia Hans-Jörg Rheinberger (1997) en un estudio histórico sobre el desarrollo de las tecnologías para la síntesis de proteínas. Rheinberger desmonta a través de su trabajo la visión de los experimentos como arreglos materiales que siguen principios teóricos y sólo sirven para la obtención de respuestas, por el contrario los sistemas experimentales son diseños que generan nuevas preguntas, cuestiones que los experimentadores ni siquiera eran capaces de plantearse con anterioridad, la experimentación es una máquina para producir preguntas nuevas.

Hablar de colaboraciones experimental significa dos cosas. Es una manera de problematizar la noción sociologizada de la colaboración y, al mismo tiempo, un intento por explorar la potencia de formas experimentales que se articulan a través de la producción colaborativa de nuevas preguntas. Pero, ¿cómo articulamos esa colaboración experimental?, pues ahí van tres avenidas en las que adentrarnos para esa exploración: las infraestructuras, lugares y pedagogías de lo que podría ser una colaboración experimental.

Infraestructuras de la colaboración. De la relevancia de la infraestructura para la vida de la colaboración ha dado cuenta Chris Kelty (2008) en su trabajo antropológico sobre el software libre. Si hay algo que caracteriza a esta tecnología/comunidad es su esfuerzo infraestructural, el trabajo por dotarse de la misma infraestructura que permite su pervivencia y que lo hace constituirse como un público recursivo. Sobre la infraestructura en los experimentos se extiende también Rheinberger aunque con otro vocabulario. Nos dice que los sistemas experimentales son la unidad mínima de los experimentos y están compuestos por los sistemas técnicos y los objetos epistémicos. Lo primero es una infraestructura material, práctica y conceptual estable; el objeto epistémico, en cambio, es un espacio de fronteras indefinidas que se encuentra contenido por la infraestructura técnica y que nos lanza preguntas nuevas. Si el sistema técnico es la banda de música el objeto epistémico es la melodía que tenemos que bailar, ¿qué tipo de infraestructuras son esas que requiere una colaboración experimental?

Lugares de la colaboración. Pero si la colaboración (y la experimentación) requieren de infraestructuras/arquitecturas específicas, necesitan también de lugares muy particulares, de una organización espacial precisa, minuciosa y cuidadosa. Peter Galison nos l ha mostrado al narrar cómo las arquitecturas de la ciencia han evolucionado desde el siglo XVII. El laboratorio se ha convertido en el espacio paradigmático de la experimentación, pero no es el único, como he señalado anteriormente. Esos lugares que en los últimos años han proliferado en Madrid: El Campo de Cebada, Esta es una plaza, Medialab, Intermediae… (menciono aquellos que más conozco, pero no son los únicos) son lugares donde la colaboración se cocina a fuego lento en un gesto experimental: espacios que dejan espacio para la colaboración, una pista de baile para la improvisación. ¿Qué espacios requiere la colaboración experimental?

Ambientes pedagógicos. Y finalmente el mayor de los desafíos. ¿Cómo podemos aprender/enseñar a experimentar con la colaboración? Porque esa, la pedagogía de la colaboración experimental, es la única manera de darle un billete para que pueda viajar más allá de los lugares donde se alumbra. Los dos temas anteriores señalan quizás elementos claves de esa pedagogía: los lugares y las infraestructuras/arquitecturas. Pero desde luego no los únicos aspectos que demanda el aprendizaje de la colaboración. De hecho bien pudiéramos pensar que la colaboración experimental es un ejercicio de pedagogía recursiva, una instancia en la que uno aprende lo que es la colaboración mientas experimenta con ella, más experimenta, más aprende. ¿Cómo hacemos que viaje ese conocimiento aprendido sobre la colaboración experimental?

Algunos de estos temas y otros más abordaremos en las semanas siguientes, en una gira internacional sobre la ‘experimental collaboration’. El programa es el siguiente.

6 de mayo, 18:30-20:00 (vía hangout).
‘No me chilles que no te veo’, primera sesión de #meetcommons prepara del taller del mismo nombre.

7 de mayo, 16.00-17.00 (Medialab-Prado, Madrid)
Antropocefa – Kit para la fabricación de colaboraciones etnográficas experimentales. Taller dentro del II Encuentro de Sociología Ordinaria.

19 de mayo, 18:30-20:00 (vía hangout).
‘No me chilles que no te veo’segunda sesión de #meetcommons prepara del taller del mismo nombre.

4-6 de junio, (Salamanca).
Taller ‘No me chilles que no te veo, dentro del IV Encuentro de la Red de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (Red esCTS).

11 de junio, 19.00-21.00 (Museo Reina Sofía, MNCARS).
Seminario ‘Investigación en mo(b)imiento’, dentro del proyecto ‘Ciudad Escuela’.

1 agosto (Tallinn, Estonia).
Simposio ‘Ethnography as collaboration/experiment.

Referencias

Kelty, Christopher. 2008. Two Bits. The Cultural Significance of Free Software. Durham: Duke University Press.

Kohler, Robert E. 2002. Landscapes & Labscapes: Exploring the Lab-Field Border in Biology. Chicago: University of Chicago Press.

Klein, Ursula. 2003. “Styles of experimentation.” Pp. 159-185 in Observation and experiment in the natural and social sciences, edited by M. C. Galavotti. Dordrecht: Kluwer.

Knorr-Cetina, K. 1999. Epistemic Cultures: How the Sciences Make Knowledge. Cambridge, MA: Harvard University Press.

Kuklick, Henric. 1997. “After Ishmael: The fieldwork tradition and its future’, Anthropological.” in Locations: Boundaries and Grounds of a Field Science, edited by A. Gupta and J. Ferguson. Berkeley: University of California Press.

Law, John and Evelyn Ruppert. 2013. “The Social Life of Methods: Devices.” Journal of Cultural Economy 6:229-240.

Marcus, George and Michael M. J. Fischer. 1986. Anthropology as Cultural Critique. An Experimental Moment in the Human Sciences. Chicago: University of Chicago Press.

Marcus, George. 2013. “Experimental forms for the expression of norms in the ethnography of the contemporary.” Hau. Journal of ethnographic theory 3:197–217.

Rheinberger, Hans-Jörg. 1997. Toward a History of Epistemic Things: Synthesizing Proteins in the Test Tube: Stanford University Press.

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