El urbanismo libre y el urbanismo intransitivo
Hace un par de meses se publicó por fin un libro en el que Adolfo y yo llevábamos trabajando casi quince años: Free Culture and the City: Hackers, Commoners, and Neighbors in Madrid, 1997-2017
Hoy me gustaría hacer una breve presentación del libro poniendo en juego dos de sus ideas centrales: las ideas de urbanismo libre y urbanismo intransitivo.
Lo que sigue no es tanto un resumen del libro como una puesta en escena de algunas de sus propuestas.
Me gustaría empezar con un par de citas:
La primera pertenece a un plan urbanístico desarrollado por la Asociación de Vecinos de Palomeras Bajas de Madrid en 1968 para contradiagnosticar un plan de expropiaciones que había presentado unos meses antes el Ministerio de Vivienda para dar solución a los problemas de infravivienda y falta de dotación de infraestructuras del barrio. El plan de los vecinos dice así:
“Queremos casas para todos, y no sólo para los primitivos propietarios del terreno ni incluso de las chabolas, dado que muchos las habitan en régimen de arrendamiento e incluso sin contrato.
“Queremos casas pronto, porque nuestros hijos crecen, y se precisa una solución urgente; pero no una solución precipitada; que la urgencia no impida la construcción de unas casas con las máximas condiciones de seguridad.
“Queremos casas aquí. Nuestro barrio es fruto de nuestro esfuerzo. Hemos venido de nuestros pueblos de todas las regiones, porque allí no podíamos vivir ni asegurar un futuro para nuestros hijos. No nos conocíamos. Tuvimos que vencer dificultades increíbles para adaptar nuestra vida a la gran ciudad, para construir una nueva comunidad humana de personas que se conocen, que se ayudan unas a otras. Esta es una gran riqueza humana y social, creada a fuerza de tiempo, de paciencia, de confianza de unos en otros. Se han hecho estudios científicos de nuestra comunidad, y todos coinciden en que es de una gran calidad humana, superior a la vida del centro de la ciudad. Pues bien, esta obra no queremos que sea destruida, queremos conservar la comunidad entrañable, las relaciones de amistad y solidaridad. Una nueva dispersión sería gravísima para la mayoría de nosotros.” (Angulo Uribarri 1972, 45–46)
El informe habla también de la integración social de sus habitantes, de la participación de los vecinos para, y cito textualmente, alcanzar la meta de la ““autotransformación” de la comunidad, de la necesidad de una promoción total de la población, abarcando todos los aspectos, sin limitarse exclusivamente al de la vivienda…”
De esta primer cita quería quedarme con dos asuntos:
1. En primer lugar, el informe mismo que redactan los vecinos: un plan urbanístico, un contraplan, como se llamaban a veces entonces, que no sólo reivindica sino que diseña y propone.
2. En segundo lugar, la idea de la autotransformación: los y las vecinas no sólo reclaman derechos, sino que reclaman un modo de vivir en comunidad. Reclaman viviendas, por supuesto, pero también, y cito, “conservar la comunidad entrañable, las relaciones de amistad y solidaridad.” Podríamos decir que más que una solución habitacional (casas) lo que se pone aquí en juego es un modo de habitar.
Mi segunda cita la saco de una carta que escribe la Asociación “Gure Etxea”, de Zurbarán-Trauco, de Bilbao, al diario La Gaceta del Norte en diciembre de 1971 en relación a la privatización de espacios públicos y escasez de zonas verdes en la ciudad: Dice así:
“La raíz de este mal que nos envuelve es que no pensamos en los niños, que la infancia no es feliz en este Bilbao encogido, sucio, sin espacios verdes, sin fantasía, sin ilusión… Vaya nuestra formal repulsa ante situación tan acongojante y nuestra unánime petición de un acertado estudio sobre la necesidad y el derecho a jugar que tienen los niños, y aun cuando el mal en muchos casos está hecho, evitemos que la numerosa generación que actualmente pide espacio libre no lo encuentre.”” (Angulo Uribarri 1972, 82)
De esta cita me gustaría quedarme con otras dos cosas. La primera, esa maravillosa fórmula del derecho a jugar. La segunda, esa manera de describir el espacio que necesitan los niños, no como espacio público, sino como espacio libre. Para jugar, dicen las madres, se necesita espacio libre. Si nos detenemos en esas dos palabras—espacio libre, el espacio libre que necesitan los niños y niñas para jugar, para correr—ese espacio de desenfado y de alegría es algo distinto del espacio público, hay algo ahí que la definición urbana de espacio público no termina de recoger. No es fácil pensar y asir ese “algo”. Nos lo volvemos a encontrar en otras frases parecidas, como cuando hablamos de estar “al aire libre” o de “airearnos”. Airear es un verbo muy interesante, lleno de connotaciones, al que volveré luego.
Esta doble foto, de 1968 y 1971, me permite situar las ideas que querría compartir hoy. Son dos ideas, que están ya más o menos contenidas, aunque en forma balbuciente, en estas citas. La primera la vamos a llamar urbanismo libre; la segunda, urbanismo intransitivo.
Sobre el urbanismo libre
La idea del derecho a jugar es una idea revolucionaria, pues despliega a un tiempo una reclamación y una emoción, un derecho y un modo de relacionarse con la ciudad. Es una fórmula que cristaliza a la perfección esa meta de la que hablaban los vecinos de Palomeras acerca de la “autotransformación” de la comunidad.
El derecho a jugar nos remite, claro, al famoso derecho a la ciudad de Henri Lefebvre. No siempre se recuerda que para pensar el derecho a la ciudad Lefebvre nos insistía sobre la importancia de pensar contra el urbanismo imperante de “modelos” y “planes”. Tirando de ese hilo (y de otros muchos) podríamos crear una contraposición entre las dos corrientes o magmas urbanos y contra-urbanos que han organizado la historia reciente de nuestras ciudades:
- El urbanismo público que arranca en el XIX, donde el estado actúa como proveedor, protector y sancionador; y donde se inaugura por tanto la ciudad de los derechos, la ciudad liberal
- El urbanismo común que nace frente a esa hegemonía liberal y reinventa la ciudad desde los movimientos vecinales y la desobediencia civil, alumbrando al hacerlo el derecho a la ciudad y la ciudad de las libertades
Germán Labrador, historiador de la cultura de la Transición, ha comparado los movimientos vecinales del tardofranquismo con el 15M, pues en ambos, dice, vemos una confluencia de lo común en defensa de lo público.
Creo que esa dualidad público-común es importante. Es sin duda el marco de gobierno que definió el s. XX. Pero convendría preguntarse si nos sigue sirviendo hoy.
Me gustaría sugerir que de hecho hay ya algo en el movimiento vecinal de los 1970s que apunta a una fuga, a un desbordamiento de ese esquema público-común. Yo lo veo en dos momentos:
1. En primer lugar en esa noción a la que he aludido de espacio libre, un espacio de juego, de fantasía y confabulación, un espacio de libertad que necesita ensanchar el régimen de lo público, que necesita “airearlo”.
2. Y en segundo lugar, en ese contraplan que diseñan los vecinos de Palomeras, que no es un listado de derechos y reclamaciones sin más, sino nada más y nada menos que un plan urbanístico, es decir, una propuesta de habitar. Una propuesta que dice claramente: no queremos un barrio, queremos nuestro barrio. Nuestro barrio no es un espacio más, un espacio cualquiera en la ciudad, es, como dicen ellos, un espacio “autotransformado”.
Me quedo, entonces, con dos cosas, todavía incipientes, murmurantes, en esa idea de ciudad, que no es ni pública, ni común. La primera es un deseo, un conato, unas ganas. Lo expresa a la perfección la imagen del espacio libre para jugar del que hablan las madres de Bilbao: las ganas de airear, ganas de cambio, pero también ganas de jugar. A mi me gusta la palabra “jovialidad” así que de momento voy a llamar a ese impulso libre de habitar, a esas ganas, lo llamo por ahora jovialidad.
Y la segunda cosa es un plan, ese contraplan de Palomeras. Un plan que para su confección requirió la puesta en marcha y la puesta en común de encuestas, entrevistas, inventarios de necesidades, censos, mapas de recursos, planimetrías, etc. Es decir, todo un despliegue de métodos, algunos consolidados (mapas, censos) y algunos que hubo que improvisar y adaptar sobre la marcha. Pero quedémonos con esto: una ciudad que los vecinos traen a la vida, que airean, con sus propios métodos.
Bien, pues el urbanismo libre vendría a representar esa forma urbana donde aires y métodos se mezclan; una ciudad que busca airear los métodos de hacer ciudad, y una ciudad que busca métodos para airearse.
En este sentido creo que el 15M es el momento histórico que hace plenamente visible el urbanismo libre. El 15M es un método para cambiar de aires y un aire para cambiar de métodos.
Por supuesto, en el 15M también coinciden otras expresiones urbanas. Las transformaciones históricas nunca son totales: no se pasa de un estado líquido a uno gaseoso de un día para otro. En el 15M encontramos desde luego reivindicaciones de lo público (como las mareas por la educación, por la sanidad, etc.), y hay también, claro, reivindicaciones de lo común (el municipalismo asambleario, por ejemplo), pero se ve como en ningún momento anterior esa forma urbana que llamo urbanismo libre.
Voy a intentar explicarme a través de dos ejemplos. Mi primer ejemplo son las asambleas populares que tomaron las plazas al calor del 15M
Un aspecto importante de las asambleas es que en la mayoría de los casos ocurrían al aire libre (Estalella and Corsín Jiménez 2013). Las asambleas populares se instalan no en parroquias o los locales de asociaciones vecinales o centros sociales, sino en la calle. Las asambleas airean la política, en el doble sentido de que deliberan y discuten en la calle, pero también que la refrescan, la despejan, abren las ventanas para oxigenar el ambiente. Y trabajar así, al aire libre, exige una reformulación completa de nuestra relación con el espacio público, el lugar de encuentro entre extraños por excelencia.
Metodologías asamblearias, chiqui asambleas, teatralización y juegos: las asambleas “crean ambiente”, y en este sentido se convierte en una suerte de dispositivos climáticos que transforman el espacio público. Amador Fernádez-Savater habla del 15M más que como un movimiento social, como un clima (Fernández-Savater 2012), pero mantener ese clima vivo, ese buen ambiente, exige mucho trabajo, mucho método: Comisiones de Dinamización, comisiones de trabajo, relaciones con vecindario, etc. El clima, el ambiente de la asamblea, transforma el espacio público, lo abre, lo ensancha, lo “autotransforma” en ese espacio libre, ese espacio desenfadado que buscaban las madres bilbaínas.
Por eso en el libro hablamos de la importancia del clima de los métodos como ese habitus secreto que orienta nuestros sueños y aspiraciones.
Nótese también que las asambleas se mueven por los barrios, que tienen un ritmo propio. Digo que se “mueven” y lo digo en varios sentidos. En primer lugar, van cambiando sus lugares de reunión: buscan sombra, buscan sol, buscan refugio de la lluvia; buscan emplazamientos que les permita conectarse a la red eléctrica (para la megafonía) o cuyos locales circundantes les presten sillas o agua para los pulverizadores durante los meses sofocantes de verano.
Y se mueven en otro sentido también: las asambleas transitan por el barrio, callejean, desde luego cuando desde las asambleas se organizan pasacalles o marchas; pero de manera más tranquila, más pausada, cuando, por ejemplo, desde las comisiones de inmigración acompañan a personas sin papeles a centros de salud, cuando se organizan obras de teatro para las AMPAs de los colegios del barrio o festivales con los huertos urbanos. Las asambleas, en suma, deambulan, son una suerte de ambulatorio, en el doble sentido de la palabra: espacios de acogida y atención, pero también espacios nómadas, que vibran y modulan el barrio con ritmos y pasajes y tiempos propios. Las asambleas se mueven al mismo tiempo que conmueven.
Mi segundo ejemplo es El Campo de Cebada, un espacio de autogestión ciudadana de 3000 m2 que vio la luz el mismo día 15 de mayo de 2011, unas horas antes de la ocupación de Sol.
El Campo se organiza en un principio a través de una mesa de gestión con representantes del ayuntamiento que da pie a una gestión compleja con el vecindario. Durante el tiempo que se mantuvo abierto (casi siete años) en El Campo se organizan talleres de brico-urbanismo de colectivos de arquitectura, talleres de fabricación de mobiliario urbano con licencias libres, universidades de verano, obras de teatro, conciertos, un huerto urbano, mercadillos, seminarios, competiciones deportivas o un TEDx (el primer TEDx gratuito, al aire libre y abierto a todo el público). Y recibe varios premios: el Premio de la Bienal de Arquitectura, Premio Europeo Espacio Público, Golden Nica Ars Electrónica a Comunidad Digital.
No es desde luego un espacio exento de contradicciones y fricciones internas: hay numerosos problemas de gestión, de representación, cruces de acusaciones de explotación de la marca “El Campo de Cebada”…
Que no fuera un espacio “puro”, que supurara todo tipo de intensidades, lo hace justamente interesante para pensar. ¿Qué clase de sitio fue la Cebada? ¿Una plaza, un centro social, un proyecto de intervención comunitaria, un procomún bastardo (por la vaga supervisión administrativa), una página web?
A mi me gusta esa frase que ya hemos escuchado antes de boca de las madres bilbaínas: un espacio libre, un espacio que aireaba su relación con la ciudad todo el rato, que la cuestionaba, que no daba por sentado sus límites y fronteras.
La Cebada nos vuelve a mostrar ese cruce intenso de aires y proyectos en la construcción de ciudad, ese clima de métodos que envuelve y orienta otros modos de habitar.
Hablar del diseño urbano como un diseño de aires y métodos sin duda deber sonar muy etéreo. Y es en este punto, al tiempo que voy concluyendo, que aprovecho para introducir la segunda idea de las que os hablé al principio, la noción de “urbanismo intransitivo”.
Sobre el urbanismo intransitivo
Los verbos intransitivos no tienen complemento directo, pues no obran sobre algo o alguien, por ejemplo, pasear, bailar, llorar, bromear, cantar. Son verbos que acaecen por sí solos, verbos que, podríamos decir, nos mueven sin presiones o incentivos externos. Son verbos en movimiento, y a uno le tienta decir que son los verbos propios de los movimientos sociales.
Las ciudades no suelen pensarse con verbos intransitivos. De hecho, casi todas las herramientas que tenemos para pensar las ciudades son transitivas. Hoy por ejemplo está de moda hablar de “transiciones ecológicas”, con sus planes, programas, modelos, mapas, métricas, etc.
Pero hay un modo de acercarse a las ciudades, un modo de hablar de ellas, un registro descriptivo que opera en otro plano. Las descripciones del movimiento vecinal de los 1970s, de las asambleas del 15M y el Campo de Cebada que he ofrecido aspiran a trabajar ese otro tono, ese otro registro.
Esas son las dos ideas que traía hoy para compartir. En primer lugar, la idea de un urbanismo libre distinto del urbanismo público y el urbanismo común que dominaron las formas de pensar la ciudad en el s. XX. Y en segundo lugar, la apuesta por un urbanismo intransitivo, por una manera de mirar y hablar de la ciudad, de sus ritmos y cadencias, de sus deseos y de sus aires; una apuesta por otro lenguaje y otras descripciones. Pues necesitamos, por encima de todas las cosas, pluralizar y ensanchar nuestras descripciones de la ciudad.
Referencias
Angulo Uribarri, Javier. 1972. Cuando Los Vecinos Se Unen. Madrid: Propaganda Popular Católica.
Estalella, Adolfo, and Alberto Corsín Jiménez. 2013. “Asambleas al aire: La arquitectura ambulatoria de una política en suspensión” Revista de Antropología Experimental 13: 73–88.
Fernández-Savater, Amador. 2012. “¿Cómo se organiza un clima?” Fuera de lugar (blog). January 9, 2012. https://blogs.publico.es/fueradelugar/1438/%c2%bfcomo-se-organiza-un-clima.