Instrucciones de uso para un urbanismo de vecindad
Las metrópolis contemporáneas naufragan ante los problemas que las acosan, incapaces de dar respuesta a sus grandes desafíos y carentes de imaginación para alumbrar nuevas preguntas. Necesitamos ciudades que recuperen la esperanza perdida. Ciudades que desplieguen una nueva imaginación urbana, ciudades que liberen las capacidades desconocidas de lo que ellas mismas pueden. Este es un manual de instrucciones para un urbanismo destinado a componer una ciudad distinta. Una manual destinado a instruir políticas de la participación urbana desafiantes y esperanzadas. Unas instrucciones de uso en diez pasos, elaboradas en diálogo con Aurora Adalid y Manuel Domínguez (Zuloark) y publicado recientemente en la revista [i2] Investigación e Innovación en Arqutiectura y Territorio, de la Universidad de Alicante, aquí el original.
1. Airear los disensos
2. Dar parte a los que no tienen parte
3. Dejar que la ciudad se exprese
4. Comenzar por la indefinición (de la ciudad)
5. Perseguir los futuros urbanos del presente
6. Construir herramientas de la aspiración
7. Aprender: ida y vuelta
8. Versionar la ciudad del presente
9. La participación: una versión experimental
10. La ciudad, las ciudades….
1. Airear los disensos
Contra la ciudad consensual.
Sobran en nuestras ciudades los consensos. Sobran los acuerdos que silencian discrepancias, marginan disputas y suprimen diferencias. Apaciguado el espacio público y aplacada la plaza, la ciudad ha sido privada de su verdadera condición política. Un proyecto consensual satura el imaginario de la participación, obsesionado con la deliberación y centrado en la producción de acuerdos.
La participación no debe dedicarse a reproducir los consensos del presente sino esforzarse por desvelar los disensos existentes. Necesitamos una política de la participación que despliegue en la ciudad espacios donde airear las controversias, mostrar las discrepancias y resolver (o no) las diferencias. La política de la participación no debe orientarse a clausurar los asuntos del presente sino a componer la posibilidad de convivir con nuestras discrepancias. Hagamos del disenso el punto de partida para la composición de otra ciudad posible.
2. Dar parte a los que no tienen parte
Contra las formas de representación dual.
La ciudad ha estado dominada por las formas de representación. Políticos y expertos han representado a la ciudad desde su arena particular: ungidos los primeros con la legitimidad del voto y amparados los segundos en el dominio de la técnica. Las políticas de la participación tienden a reproducir la lógica de la representación distribuyendo la voz (¡dar voz!) a los sectores organizados (asociaciones, mesas sectoriales, consejos, etc.).
Las políticas de la participación requieren algo más, y algo distinto, a las formas duales de representación fundadas en la política institucional y la técnica experta. Comenzar por una participación que haga parte de la ciudad a quienes han sido apartados de ella, relegados a la periferia geográfica y social, marginados a la periferia epistémica y simbólica. Ha llegado la hora de que aquellos que han hablado por la ciudad (políticos y expertos) dejen espacio a quienes hablan de ella: vecinos que no hablarán en nombre de otros sino que lo harán por sí mismos, vecinas que no representarán a la ciudad sino que dejarán que ésta hable por ellas.
3. Dejar que la ciudad se exprese
Contra el monismo metodológico.
Cada ciudad tiene su idioma, cada territorio habla su lengua y cada barrio emplaza sus formas de expresión. El método convencional naufraga fácilmente al cambiar de localidad o moverse de región. No puede haber metodología única ni forma universal de participación. Las políticas de la participación no pueden ser una gestión de expertos que manejan a extraños, deberían ser un juego de extrañezas que deja espacio para que la ciudad se exprese por sí misma.
Aprender a componer los espacios de trabajo siguiendo la singularidad del territorio, acomodar las metodologías al terreno y dejar que las formas de expresión vernáculas tomen la palabra. Ese es el imperativo para dejar que la ciudad se exprese en su propio idioma. Es necesario superar el monismo metodológico con métodos inventivos que ofrezcan a la ciudad la posibilidad de hablar por sí misma, la oportunidad de expresarse en sus múltiples registros.
4. Comenzar por la indefinición (de la ciudad)
Contra la interdisciplinariedad superflua.
Antes abrir el debate los temas son cerrados y antes de comenzar la discusión se excluyen los interrogantes. Ocurre cuando se perfila ese objeto de discusión que es la ciudad. Los expertos vacían el debate posible cuando trazan los límites de la ciudad siguiendo las fronteras de su disciplina. La convocatoria a distintos saberes para discutir sobre una ciudad prefigurada por unos pocos tampoco es una respuesta, únicamente una interdisciplinariedad superflua.
La política comienza con la posibilidad de reformular el asunto que nos reúne: ampliar sus límites o reducir su extensión, modificar su significado o renombrar su sentido. Una participación que no permite problematizar el asunto a discutir es sólo una teatralización del debate. Las excusas del “eso no toca”, “eso no corresponde” o “está fuera del asunto de hoy” ya no son válidas. Asumamos el desafío de re-configurar los límites de nuestro objeto. Necesitamos una participación que arranca con la indefinición de los límites de la ciudad, la condición de lo urbano y el alcance de los asuntos que nos convocan.
5. Perseguir los futuros urbanos del presente
Más allá del diagnóstico.
Un plan de participación navega siempre entre estados de un presente controvertido y visiones inciertas de los futuros que se avecinan. Las tradicionales encuestas al territorio, los estudios sectoriales y el sondeo de intereses atrapan la participación en una visión presentista. El futuro hurtado a las políticas de la participación debe regresar para ser su objeto central.
Arrinconar la insistente fijación con una sociología limitada a necesidades e intereses y orientar las políticas de la participación al cultivo de futuros urbanos. No el futuro fraguado por expertos y rehecho en sus planes, sino el futuro anclado al terreno y fabricado por sus moradores. Necesitamos imágenes que muevan la ciudad hacia un presente más justo. Futuros urbanos que lleven en su seno la posibilidad de rehabilitar el presente y componer colectivamente un porvenir distinto. Quizás no sean suficientes para trastocar las grandes fuerzas que operan sobre la ciudad, pero proveen de imágenes conceptuales para desafiar su fatalidad. Las políticas de la participación deben ser políticas de la anticipación, ejercicios de la imaginación futura que demuestren que siempre hay opciones posibles.
6. Construir herramientas de la aspiración
Contra el imaginario espacial de la participación.
Expertos en sociología, técnicos en metodologías colaborativas… muñidores de reuniones y hacedores de consensos. La participación está dominada por un imaginario espacial que diseña lo que tiene que ocurrir en un lugar determinado y en un tiempo concreto. No hay más que seguir el guión del método que modela el espacio. Encerrada en una visión deliberativa o restringida a una condición subjetiva, la participación queda limitada a airear opiniones o elegir entre opciones dentro de los espacios habilitados. No necesitamos una participación que anticipe las opciones posibles, necesitamos recursos para producir las cuestiones relevantes.
Animar la fabricación de herramientas y recursos que permiten imaginar lo inimaginado. Participaciones que no gravitan sobre concursos competitivos sino sobre recursos colaborativos. Producir herramientas humildes pero desafiantes. Herramientas sencillas pero potentes. Herramientas abiertas a su reconfiguración y reutilización. Herramientas que permitan construir problemáticas que no estaban previstas. Herramientas que sean tecnologías de la aspiración, que nos permitan expandir el horizonte de nuestras expectativas urbanas. Herramientas de la imaginación futura que nos permiten aspirar a un presente más justo.
7. Aprender: ida y vuelta
Otras formas de experticia.
La ciudad es un marasmo de saberes y visiones encontradas. Cada vecina es una experta en su territorio, cada vecino es un conocedor de sus problemas. Tanto como sabemos de la ciudad ignoramos también. No sabemos de dónde llega el agua que bebemos, a dónde va la basura que desechamos o quién se hace cargo de las calles que transitamos. Cada uno de nosotros, ¡sabe tanto de la ciudad!… ¡y hay tanto que ignoramos de ella! Necesitamos espacios de aprendizaje de ida y vuelta, donde podamos aprender y enseñar.
Habilitar espacios de aprendizajes de ida y vuelta. Donde expertos y vecinos aprendan y enseñen. Donde intercambien sus papeles y hagan circular sus saberes. Pero esto solo es posible si los expertos se comprometen con la ciudad, comprometerse con la ciudad que es ponerse en un compromiso: adentrándose en lugares que no conocen y ensayado metodologías que ignoran. Tenemos que aprender de la ciudad y liberar las capacidades que tiene de enseñarnos lo que no sabemos.
8. Versionar la ciudad del presente
Contra las versiones hegemónicas.
La ciudad escapa de nuestras aspiraciones descriptivas y nuestros intentos de clausura. Un millar de ciudades dentro de cada ciudad, un millón de presentes urbanos en cada metrópolis. Cada ciudad es una composición de múltiples versiones. Las versiones de la ciudad no son barrios, no son distritos ni estilos de vida urbanos. Cada versión de ciudad es un ensamblaje de una naturaleza urbana distintiva, una forma particular que reparte atribuciones y competencias, reconocimientos y capacidades sobre lo urbano. Cada versión de la ciudad nos hablan de una condición de ciudad: una ciudalidad.
Descubrir las versiones de la ciudad que son marginadas y periféricas. Evitar reinscribir las versiones hegemónicas de la ciudad. Necesitamos encontrar esas versiones esperanzadoras que liberen las capacidades desconocidas de la urbe. Las políticas de la participación deben proyectar al futuro las versiones de una ciudad justa y buena que existen en el presente, para que se multipliquen y proliferen en el futuro.
9. La participación: una versión experimental
Hay muchas versiones de la ciudad dentro de una ciudad.
La ciudad desigual que devora el territorio y fagocita los derechos. La ciudad desesperada que se extiende como una mancha… otras versiones de la ciudad conviven con esas. Versiones de una ciudad que experimentan con las formas posibles de la polis y componen nuevas naturalezas urbanas. Versiones de la ciudad que nos inspiran y guían, versiones de la ciudad futura que habitan el presente. Cada ejercicio de participación contemporáneo debería ser un prototipo de nuevas naturalezas urbanas. Las ciudades están repletas de esos experimentos dispersos de los que aprender.
Aprender de aquellos experimentos urbanos que prototipan versiones de una ciudad justa y equilibrada. Versiones que no son solo el producto de la imaginación sino un ejercicio de composición. Las políticas de la participación deben generar condiciones de composición, condiciones que permiten componer otras versiones de ciudad, no solo imaginarla. Experimentos en la ciudalidad de la urbe, que nos ofrecen preguntas que no teníamos y alumbran futuros que no habíamos imaginado. Versionar la ciudad en su condición experimental.
10. La ciudad, las ciudades….
Todo lo dicho hasta ahora puede ser re-escrito, modificado, alterado… las políticas de la participación no tienen guía ni método, estas deben ser reinventadas en cada momento. Todo esto es una versión para componer nuevas versiones.
Imagen: New Babylon, de Constant Nieuwenhuys.
Interesante, muy interesante. Gracias por la contribución. Aplicaré esta reflexión a otros ámbitos.