Pero, ¿qué demonios es lo público?
A veces lo público y lo privado se solapan, o a veces la distinción se hace difusa. ¿Nos ayudan a clarificar esas categorías o por el contrario lo emborronan todo? Pensar en términos de lo público y lo privado es más un problema que una solución cuando hablamos de la auto-gestión y el procomún.
Alberto habla de lo público al revisar el trabajo de Cori Hayden, y leyéndole aparece esa diversidad de sentidos de lo público que de hecho ya he encontrado en mi trabajo de campo cuando alguien se refiera a lo público. En un caso lo público son los ungüentos que los chamanes venden en el mercadillo, en otro lo público son las informaciones de revistas especializadas, y finalmente lo público son también las hierbas en la cuneta de una carretera. Lo público en esos tres casos no tiene nada que ver entre sí, de hecho cabe preguntarse si pueden verdaderamente considerarse ‘público’. Los ungüentos son objetos privados que el chamán vende, los artículos especializados de los etnobotánicos probablemente estarán bajo el control de la revista donde se han publicado y el autor que los ha escrito, y las hierbas de la cuneta de la carretera… pues pertenecerán probablemente al Estado. Así que, ¿qué es lo público?
La cuestión me recuerda al intenso debate que a finales de la década de los noventa se establece en los estudios de Internet sobre la naturaleza pública o privada de las comunicaciones. Un debate que se extiende hasta la actualidad, que aún no ha sido resuelto y que cada día es más urgente ante la proliferación de investigadores, empresas e instituciones de todo tipo que no tienen ningún miramiento en convertir Internet en un inmenso campo de datos para la investigación, sin ninguna consideración con los involucrados.
El debate, que se enmarca dentro del ámbito de la ética de la investigación, es simple: qué es público y qué es privado en Internet, una dicotomía sobre la cual se articulan límites para las prácticas de investigación de los científicos sociales. Mientras que los espacios (plazas, calles…), informaciones y datos públicos (programas de tv, periódicos, discursos públicos), pueden ser utilizados libremente, cuando estos son privados (el hogar, cartas personales, correos electrónicos, etc.) los investigadores han de solicitar consentimiento a los involucrados para acceder a esa información y utilizarla.
Cuando ese planteamiento lo trasladamos a Internet el asunto se complica. Las metáforas espaciales que tienden a pensar Internet en términos de un espacio (público) conducen fácilmente a asumir que todo lo que es libremente accesible es ‘público’ y por lo tanto puede ser utilizado libremente por los investigadores. Ese planteamiento ha sido respondido por otros autores y está cada vez más agotado. Lo interesante de algunas de estas respuestas, como la dada por Maria Bakardjieva y Andrew Feenber es que señalan el agotamiento de esa dicotomía público/privado para resolver (o plantear) el ámbito de responsabilidad de los investigadores y sugieren la necesidad de articular esas decisiones en función de otras categorías, como por ejemplo las de alienación y objetificación. Que de hecho pueden ayudarnos a pensar justamente en la problemática que Hayden parece señalar. Así que parece que es hora de buscar otras alternativas a lo público/privado.
Hola,
estoy buscando a Adolfo Estalella
me gustaría hablar con él
soy una compañera de la facultad de físicas
por favor… si lo conoces escríbeme
un saludo.
mi mail es ana.delarubia@renfe.es
Hola Ana,
¡qué sorpresa!, te respondo por correo.
Hablamos.